viernes, 8 de mayo de 2009

Para ti


¿Qué es el hoy, qué significado tiene el mañana… hasta dónde y cuándo nos alcanza nuestro pasado? El significado del tiempo y su impacto en nuestras vidas es muy subjetivo, tan subjetivo como puedan interpretarlos nuestros sentimientos. Sin embargo, su tránsito es impostergable; sus efectos, ineludibles.

En los años de mi primera infancia, cuando no existía en mi razón el concepto mundano del tiempo, cuando el canto de los pájaros y los cambiantes colores de la naturaleza constituían las únicas alarmas a las cuales habría qué prestarle atención, cuando los primeros rayos del Sol que iluminaban las ventanas de la casa me alertaban las aventuras por vivir en el inexplorado mundo de mi imaginación, escuché decir que “en el sur de México, donde la naturaleza bondadosamente se entrega casi en exceso, la gente medita; en el centro, donde el diario vivir obliga al análisis, sus habitantes piensan; y en el norte, punto geográfico de condiciones climáticas más adversas, sus pobladores actúan”.

Cuando mi concepto primario del tiempo se transformó, recordando aquellas palabras no pude más que pensar que los norteños no nos damos el tiempo suficiente para meditar no sólo nuestros actos, sino nuestro pasado, presente y futuro. Hoy entiendo que la frase tiene intrínseco otro significado, pero su efecto fue determinante en su momento… actuar, ese verbo se volvió acción, casi una meta.

Quizá fue esa sencilla disertación lo que generó mi obsesión por el tiempo: los minutos, días, meses y años han sido, sin excepción, mis amigos, mis verdugos, mis críticos y mi esperanza. Y busqué en ella una justificación a mi irrefrenable deseo por cumplir una máxima en mi vida: vivir intensamente cada segundo de nuestra existencia, porque ese segundo podrá siempre ser el último.

Sí, la vida es un suspiro… sigue su rápido curso, indiferente a los términos, inmisericorde con los plazos fijos de las etapas cronológicas del ser humano; pero también es bondadoso con los recuerdos, nos permite acariciarlos cada vez que nuestro corazón lo exige, y se muestra generoso con sus manifestaciones, esas manifestaciones que llegan a nosotros con la variedad de colores de un atardecer, los sonidos que se disminuyen e intensifican en forma continua a nuestro alrededor… en las caritas sonrientes que en un instante pueden tornarse serias y hasta cómplices; el placer único que ofrece ver la danza pausada de las nubes.

El tiempo es amigo de quien busca la felicidad, de quien se entrega sin limitaciones o tacañerías, de quien sabe disfrutar la presencia del ser amado sin atormentarse con su ausencia.

El tiempo es verdugo cuando negamos nuestros sentimientos, cuando no expresamos nuestros buenos deseos, cuando el orgullo vence, cuando la fatiga del alma aniquila nuestros suspiros.

Pero también el tiempo es crítico, crítico y juez de nosotros mismos cuando abandonamos un sueño, cuando ignoramos desafiantes una ilusión… y nunca, estoy segura, deja de ser esperanza; porque en el segundo por llegar está la posibilidad única de renovarnos, de ayudarnos a renacer con la fuerza acumulada por los golpes que nos derribaron, las lágrimas que no escaparon y el llanto que ahogamos. Ahí es donde está nuestra esperanza de encontrarnos a nosotros mismos, de ser no aquello que el mundo espera o desea de nosotros, sino lo que nuestro corazón necesita, aquello que nuestro espíritu reclama.

Ser el arquitecto de nuestro propio destino es lograr una alianza con el tiempo, con nuestro tiempo, con lo que siempre hemos sido… con el ser que nació en nosotros al visitar este espacio.

No sé cuán largo será mi camino; sin embargo, sé que éste será tan alegre como yo quiera, tan pleno como lo propongo, tan fructífero como permitan mi ingenio y mis deseos… y tan valioso, como haga lo posible por vivir mi tiempo.