Hay
días de luz, llenos de colores que se respiran no sólo alegres, sino vibrantes
y fuertes; días en que la sonrisa se escapa, sin necesidad alguna de explicarse
ni de traducirse a idioma alguno, quizá porque viene de ningún lado y se dirige
a cualquier parte, con esa libertad que tan sólo la serenidad regala.
Y
hay días en los que el vacío se incrusta en el saludo, entre las pestañas y
allá donde se asienten nuestras manos; días que no saben a nada, o casi nada, y
tan enajenantes que incluso impiden que añoremos la dulzura de los días
vibrantes…
Pero
hay otros, quizá los más, en que es difícil identificarles con una sola
tonalidad, tan variopinto es el matiz que les caracteriza. A veces pienso que
es en estos días donde se desarrollan nuestras vidas: ahí, donde nada es ni tan
excelsamente hermoso ni tan lamentablemente triste y aciago…
Y
hoy, ¿cómo ha sido tu día…?
“… Este
día tiene ese sabor de boca extraño, aquel donde se mezcla lo dulce del tinto y
lo amargo del silencio; aquel que contiene muchas alegrías y una amargura
insostenible, pesada…
Bajo
el regazo guardo una historia qué contarte. Ahí me escondo cuando la realidad
me abruma, y dejo que todas las palabras que aún no he pronunciado, me cobijen
una a una… Y aquí estoy, intentando repetir experiencias, en el mismo cuarto
oscuro, imaginando que es el mismo rayo de luz el que azota en el cristal de
una diminuta ventana… diafragma solar que se dibuja en mi imaginación, escapa
de mi cabeza y se posa sobre mis manos… como ayer, como hoy… Pero nunca como
siempre… “