lunes, 27 de febrero de 2012

El insulto: ¿un estilo de vida?


La violencia es el miedo a los ideales de los demás.
Mahatma Gandhi.

Toda ciudad exhibe, como orgullo de sus habitantes, monumentos emblemáticos. La Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, y el monumental Taj Mahal, por citar sólo algunos, son mudos y soberanos testigos del crecimiento y desarrollo de sus respectivas naciones, y de su interacción con el resto del mundo.

De igual forma, cada época tiene uno o varios referentes que provoca que la memoria evoque historias, costumbres, indumentaria; y así, cuando, por ejemplo, escuchamos un comentario alrededor de la famosa banda de rock The Beatles, acuden las imágenes no sólo de sus integrantes, sino de todo lo que se construyó alrededor de ellos y su música: un estilo musical que marcó un antes y un después en el estilo de vida de millones de personas.

En la actualidad, parece que un vestigio indiscutible de esta nueva era de la información, es el insulto. Sí: la ofensa constante dirigida a figuras públicas (y otras no tan conocidas) en redes sociales como Twitter, es acaso lo representativo de nuestra comunicación actual. Aunque aquí cabría la pregunta: ¿eso es comunicación? ¿Es necesario criticar sin miramientos ni empacho lo mismo un discurso, que una vestimenta y ni hablar de las decisiones, de cuanta persona se crea que es conveniente hacerlo, enarbolando una falsa bandera de libertad de expresión?

Considero que existe una confusión discutible y reprochable entre ‘expresarse con libertad’ y ‘agraviar’: lo primero conduce a un ejercicio sano que facilita la comunicación, la interacción y la información; lo segundo, no es más que una cuestionable actividad donde se conjugan la denostación, el hostigamiento y el juicio.

Porque una cosa es el beneficio que brinda la comunicación digital, que permite difundir acciones de interés general (tales como los relacionados con derechos humanos, ecología, corrupción, etc.); y otra, me parece muy opuesta, evidenciar un error o una falla con el nada grato acompañamiento de insultos, groserías e imputaciones de todo tipo –incluso- sexistas y racistas. Es común leer, por ejemplo, menciones donde se acusa de ‘nena’ a quienes deciden no contestar, o a quien lo hace pidiendo respeto. Sí: el insulto es cotidiano…

Todo esto, como si quien escribe tuviera en sus manos la posesión de la verdad absoluta, la autoridad moral para juzgar cualquier palabra, acto o pensamiento…

Es evidente que hoy, como ayer, se declaran luchas sin cuartel a aquello que nos resulta ajeno o diferente, aquello que es contrario a nuestras convicciones personales. Sin embargo, hoy por hoy, esas luchas trascienden fronteras, y se difunden en menos de un minuto gracias a la tecnología. Y así, en ese intervalo de tiempo cada vez menor, se atestigua una afrenta insistente, en todos los idiomas.

Que reinara la congruencia entre nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y acciones debiera ser una ley de convivencia. Quienes exigimos respeto a la libre expresión (y aquí cabría prácticamente toda usuaria y todo usuario de las redes sociales), tenemos la obligación moral de respetar opiniones, posturas políticas e ideologías distintas a la nuestra. Que una persona tenga una opinión contraria a la que sostenemos, de ninguna manera le resta ni valor a su opinión, ni a su inteligencia y mucho menos a su persona. ¿Por qué, entonces, sobran los agravios? ¿Son necesarios?

Es indiscutible que en México vivimos una situación de violencia sin precedentes a lo largo y ancho del país. Y en ese contexto, al menos para mí, es irrefutable mi decisión de cuestionar, divulgar, exigir si se hace necesario; pero siempre, invariablemente, con respeto no sólo a las ideas, sino, por encima de todo, a la persona.

Considero urgente tomar conciencia que la violencia no sólo es física: las ofensas, públicas y privadas, constituyen el germen de la violencia en su más amplio sentido. Me niego a que sea esta violencia, verbal y escrita, un referente de la época que vivo… No, yo propongo que sea el respeto lo que distinga los tiempos venideros, esos que estamos construyendo, tú y yo, segundo a segundo, de aquellos que hemos dejado atrás. Estamos a tiempo…