jueves, 8 de diciembre de 2011

Yo quiero que respeten mi tiempo... ¿y tú?



Son las siete de la mañana. Sales de casa, con las prisas habituales de cualquier día laboral: el desayuno, el arreglo personal, una lista mental de pendientes que incrementa a cada paso que das.

Entras a tu vehículo con un nivel considerable de estrés, el cual aumenta al pensar en la posibilidad, no remota, de algún corte a la circulación vial en tu ruta habitual. Entonces, sintonizas la estación de radio de tu preferencia, esperando te informen de cualquier ‘eventualidad’. Con algo parecido a una sonrisa en el rostro, escuchas que en tal y cual avenida la circulación es constante. Sin embargo, no llevas ni quince minutos de camino, cuando un objeto no identificado por tu vista, obstaculiza el carril por donde circulas, bien puede ser el resto de una llanta o un bote de cemento que previene de un hoyo en el pavimento. Maniobras, y al hacerlo, caes en otro hoyo no señalizado… ahora sí, ha comenzado la mañana…

Continúas con tu camino, para encontrarte con la sorpresa de un bloqueo improvisado y, desde luego, no previsto por ninguna autoridad, justo en el instante en que un reportero vial anuncia, como noticia de última hora, el bloqueo que se encuentra a menos de cien metros de distancia de ti.

En aquel momento, te reprendes severamente por haber tomado la ruta de siempre y no haber elegido aquel camino que, aunque lleno de escuelas (y lo que esto implica: decenas de carros que ocupan hasta dos carriles) seguramente te hubiera garantizado seguir circulando. Con creciente desesperación volteas a ver el reloj: veinte minutos y sigues ahí, sin poder avanzar ni medio metro… y sin que visualices por ningún lugar un agente de tránsito que permita salir con éxito de aquel embrollo.

Cuando, con la ayuda de jóvenes ‘limpiaparabrisas’ que en un acto de heroísmo y auténtico civismo auxilian a quienes están al borde de la desesperación (tú incluida o incluido, por supuesto), finalmente sorteas la decena o veintena de personas que estaban impidiendo el tránsito de vehículos, tienes, al menos, treinta minutos de retraso. Si la economía personal te lo permite, harás lo posible por iniciar la jornada laboral desde tu teléfono celular, con el correspondiente riesgo que implica redactar y/o leer correos electrónicos o mensajes de texto al conducir, ni hablar de las infracciones al Reglamento de Tránsito que tal acto conlleva.
 
Al ingresar a una red vial primaria (al menos así lo consideras tú y seguramente medio millón de personas más, por el ancho o importancia de dicha red vial), abandonas la idea de continuar contestando mensajes, pues la circulación, que ahora sí es constante, demanda de ti mayor atención. En ese momento, con sorpresa y resignación auténticamente maridadas, observas el paso de un camión y otro… y uno más, de dimensiones, nombres, funciones y clasificaciones por ti desconocidos, pero bien definidos en distintos ordenamientos viales: de carga en general; grúas de transporte o salvamento; de valores y mensajería; de carga de sustancias tóxicas y peligrosas; de materiales de construcción y similares (estos últimos, generalmente, son los de mayores proporciones).

Claro, no pueden faltar los autobuses de todo tipo, vagonetas tipo combi, microbuses y taxis.

Cuando finalmente llegas a tu destino, lo haces muy probablemente con una multa de tránsito por exceso de velocidad, de la que ni te enteras hasta que intentas realizar el trámite de verificación vehicular… y con un retraso que puede tener más de una consecuencia laboral.

Esto, lamentablemente, es el día a día de hombres y mujeres que diariamente nos enfrentamos a una sobre regulación en materia de vialidad y tránsito que poco o nada ayuda a que miles de personas puedan circular con tranquilidad por una de las ciudades más pobladas del mundo, y que rara vez evitan una serie de ‘eventos’ fácilmente previsibles.

En el Distrito Federal, dos son los ordenamientos principales en materia de vialidad y tránsito: la Ley de Transporte y Vialidad del Distrito Federal y el Reglamento de Tránsito. Dentro de la ley, se establece como una de las facultades de la Secretaría de Transportes y Vialidad elaborar un Programa Integral de Transporte y Vialidad (por redundante que esto se lea). Este programa, publicado en la Gaceta Oficial del Distrito Federal el 22 de marzo de 2010, contiene, a su vez, 52 subprogramas.

Uno de ellos, señalado con el número 24, es el de ‘Regulación del Transporte de carga’, y tiene como objetivo reducir el congestionamiento en vías primarias así como la reducción de emisiones contaminantes; agilizar y mejorar la circulación del transporte de personas, productos y mercancías en las vialidades principales de la ciudad. La meta: reducción de emisiones de contaminantes; y mantener en óptimas condiciones los niveles de servicio en la red vial.[1]

Lamento informarle a las autoridades involucradas en el desarrollo y cumplimiento de este subprograma (Secretaría de Transportes y Vialidad y de Seguridad Pública), que ni objetivo ni metas están siquiera cercanas a su cumplimiento. O quizá esté equivocada mi percepción visual y auditiva, cuando veo y escucho, a cualquier hora del día, el tránsito de todo tipo de vehículos de carga (insisto, de considerables dimensiones) por avenidas tales como: Periférico –norte o sur, Paseo de la Reforma, Eje Central, Circuito Interior, Ejército Nacional, Mariano Escobedo, Arquímedes… y casi cualquier ‘red vial primaria’.

En un esfuerzo por lograr la objetividad, esta situación es entendible si observamos el importante número de obras, públicas y privadas, que se realizan al unísono en todos los puntos de la ciudad. Se puede argumentar que se trata de trabajos necesarios para reactivar la economía, y también se puede admitir una incuestionable falta de planeación.

Sólo por hacer un ejercicio mental, benéfico en muchos sentidos, invito a la siguiente reflexión: ¿qué sucedería si se señalaran –y, desde luego, respetaran, horarios para el tránsito de vehículos de carga? Sí, de esos que una es incapaz de imaginarse qué es lo que transportan, por lo complicado de su anatomía y lo voluminoso de sus dimensiones…

Y, siguiendo con el ejercicio, me pregunto: ¿y si todos y todas respetáramos Ley y Reglamento arriba citados, qué sucedería? Quizá, para empezar, sería necesario reconocer el desconocimiento de los mismos, y tomarnos unos minutos para analizar su contenido… con calma: la Ley contiene 166 artículos, y el Reglamento 108.

Esto, sin embargo, es de incuestionable relevancia: sólo con el conocimiento de nuestros derechos y obligaciones como conductores y peatones (tal y como está establecido en los ordenamientos legales a los que hago referencia, los que desde luego no utilizan un lenguaje incluyente), podremos exigir el respeto de nuestros derechos y asumir cívicamente la consecuencia de nuestras faltas.

No obstante, es importante observar que dentro de las funciones de la Secretaría de Transportes y Vialidad del Distrito Federal (contenidas en el artículo 7 de la Ley de Transportes y Vialidad del Distrito Federal), está la de ‘instrumentar en coordinación con otras dependencias, programas y campañas permanentes de educación vial y cortesía urbana, encaminados a mejorar las condiciones bajo las cuales se presta el servicio de transporte en el Distrito Federal, así como la prevención de accidentes, a través de la formación de una conciencia social de los problemas viales y una cultura urbana en la población…’.

Aún cuando siempre he tenido la convicción de que el desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento, sí creo que resulta innegable que las autoridades correspondientes han sido un tanto omisas en informar de manera permanente a la ciudadanía, sobre cuestiones de mínima obligación y cumplimiento; y en realizar campañas de educación vial y cultura urbana. Porque no es ningún secreto que el nivel de lectura de la población es mucho menor al deseado… entonces, si en términos generales el promedio de lectura en el país es de un libro al año, ¿qué se puede esperar del conocimiento de leyes y reglamentos?

Sí, tanto la ciudadanía como las autoridades hemos faltado a nuestros compromisos y obligaciones. Pero ello de ninguna manera es justificación para que diariamente, y en un recriminable silencio, las ciudadanas y ciudadanos soportemos una falta de respeto a nuestro derecho no sólo a circular y transitar con seguridad por las calles de la ciudad donde vivimos, sino también nuestro derecho (y obligación) de cumplir con nuestros compromisos laborales… transgreden, manipulan y violentan la posesión más preciada y no renovable que tenemos: nuestro tiempo… ¿nos quedaremos con los brazos cruzados? Yo no. Y espero que tú tampoco. Infórmate, exige… es nuestro derecho.


[1] Programa Integral de Transporte y Vialidad del Distrito Federal, publicado en la Gaceta Oficial del Distrito Federal el 22 de marzo de 2010. Página 78. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La muerte: ¿nuevo símbolo patrio no oficial?


“…Sólo le pido a Dios si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente…
…Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente…“
León Gieco


Veladoras, papel picado, frutas, pan de muerto, flor de cempazuchitl… todo forma parte de ese pasado histórico de México, que se materializa cada 2 de noviembre, cuando los panteones se llenan de colores vivos que son el símbolo propio del Día de Muertos.

Ya mucho se dijo en días pasados sobre esta fecha. En distintos espacios y foros se analiza, festeja y conmemora esta fecha.

Personalmente creo que esta fecha nunca ha sido una más en el calendario, y menos en los tiempos que corren. Se equivoca quien piensa que el Día de Muertos es, hoy por hoy, una fecha en el calendario de México: el Día de Muertos es cada uno de los 365 días del calendario. Es una realidad triste y dolorosa para una buena parte de la población; y un dato estadístico que quisieran borrar de un plumazo quienes se sientan frente a un escritorio a cuantificar, en pesos y centavos, el número de balas que se disparan al final de una jornada, o la cantidad de armas que deben destinarse a un territorio específico… sin que, me atrevo a afirmarlo, hayan disparado un arma en defensa propia una sola vez en su vida.

Dicen que la vida es una rueda de la fortuna: unas veces estás arriba, otras abajo… y otras tantas, las más, en medio de los opuestos. Sí, yo misma lo he vivido en carne propia. Sin embargo, conforme avanza el tiempo (mi tiempo cronológico, el que me anuncia que hace años dejé de ser una mujer adolescente, y que no hace mucho comencé a alimentar mi espíritu), observo con mayor frecuencia –o quizá sea que ahora soy capaz de identificarlo- que aquellas personas que han hecho del engaño una virtud y del ansia de poder un alimento, no sólo no les veo estar en la parte baja de esa rueda de la fortuna, sino que ni siquiera están dentro de ella: pareciera que son sus manos las que hacen girar ese artefacto donde la gran mayoría tratamos de sobrevivir…

Sin ánimo de debates interiores, no logro definir la época en que vivimos, en donde pareciera que las peores conductas posibles y nada plausibles en una persona son paradójicamente las más premiadas. Y hablar de política no es lo mío. Porque simplemente no se me da la gana hacerlo, no porque me cueste trabajo alguno analizar lo que veo no sólo en las caras sino en las acciones de los personajes públicos que, de una forma u otra, dictan o intentan dictar el destino de mi país. No obstante, hay días, como éste, como ayer y muchos otros previos al día de hoy, en que la inconformidad me quita el sueño y altera sustancialmente mi estado de ánimo. Porque ya me cansé de escuchar discursos huecos y carentes de compromiso de las personas que pretenden estar presentes en una contienda presidencial; porque ya llegué al límite de mi paciencia escuchando, una y otra vez, anuncios comerciales por los que se erogan importantes cantidades de dinero, para tratar de convencer al pueblo de México que se está ganando una guerra sin sentido donde lo único que se está ganando es llanto, el llanto de madres, hermanos, hijas, hijos, y el llanto profundo desde las entrañas mismas de México, otrora Tenochtitlan; porque fui educada en un ambiente de profundo respeto a mi Constitución, y a las hoy tan poco afamadas instituciones que en ella están contempladas… sí, todas las instituciones ahí mencionadas aprendí a respetarlas, fueron de las primeras grandes enseñanzas que recibí, y es difícil, al menos para mí, ignorarlas (enseñanzas e instituciones); sin embargo, a pesar del respeto que desde niña les profeso, eso ningún impedimento es para analizar y cuestionar muchas de sus acciones… y con tristeza, profunda tristeza (y un más profundo dolor en el hígado) veo que cada vez que analizo la última noticia del día, me cuesta más trabajo seguir respetando esas instituciones…

Y nada gano. Respetando o no esas instituciones nada logro, pues mi opinión, válida o no, de ninguna forma resulta significativa para el trabajo desarrollado en esas instituciones. Y mucho menos para sus titulares… Sé que Roma no se construyó en un día, y sé que no fue un solo par de manos el que construyó el gran imperio romano… pero también sé que ese gran imperio en menos de la mitad del tiempo necesario para alcanzar su gloria, se hundió. Y se hundió no por causas naturales: fueron la avaricia, la impunidad, la corrupción y vileza de muchos de sus habitantes las causas verdaderas que hundieron ese gran imperio… ¿Qué diferencia hay entre ese lúgubre escenario y nuestro México actual?

Sí. Hay muchas mujeres y hombres de gran valía que luchan, segundo a segundo, por construir un país quebrantado segundo a segundo pero fuerte en su esperanza. Y también hay muchas niñas que día a día son violadas y obligadas a mantener relaciones sexuales con más de diez personas al día, para saciar así el bolsillo de unos y el deseo sexual de otros. Hay muchas madres que de lunes a domingo trabajan prácticamente de sol a sol, para alimentar un par de bocas de las que desea que el día de mañana no se abran para pedir limosna, sino para pedir trabajo. Y también hay un gran número de mujeres, desconocido por estadísticas oficiales, que optaron por vivir y finalmente morir junto a su agresor, al ser víctimas de un sistema de justicia parcial, misógino y prejuicioso. Hay muchos hombres que luchan diariamente por cumplir con su deber, hombres que enseñan a sus hijos e hijas que la Patria es una madre generosa a la que hay qué cuidar y defender. Y hay otros hombres que el significado de Patria lo perdieron en su primer acto de corrupción, acto continuado que se ha convertido en un estilo de vida, y que venden ideales, promesas, compromisos y vidas propias o ajenas al mejor postor. Y así puedo seguir con ejemplos casi hasta el infinito…

No estoy muy segura de que para todas las personas, mexicanas o no, con puestos relevantes en sus gobiernos o no, padres o madres de familia o no, les quede perfectamente claras algunas situaciones. En México, como consecuencia de una guerra -no declarada oficialmente, o al menos, conforme lo marca nuestra Constitución- contra el narcotráfico, han muerto MILES de personas INOCENTES, incluidas MILES DE NIÑAS Y NIÑOS. Por supuesto, también han muerto MILES de HOMBRES y MUJERES INOCENTES que han dejado en la ORFANDAD a otros MILES DE NIÑAS Y NIÑOS. Quizá esté equivocada, pero me parece que la estrategia es tan sólo una palabra de un diccionario obsoleto…

¿Qué puede valer más que tantas vidas truncadas? ¿Qué vale más que la vida misma? Lo que resulta antagónico, para mí, es que en esta administración sexenal más de una persona se ha pronunciado por la defensa de la vida humana desde el momento de su concepción, y en distintos foros, nacionales y extranjeros, han exaltado el valor de la vida como el gran motor para definir una postura contra el aborto legal. Pregunto: ¿las niñas y niños que han muerto en esta guerra, acaso no eran también personas con derecho a vivir? Crecí con el consejo de mi padre de realizar el ejercicio constante de la congruencia: “sé congruente con tus pensamientos: que tus pensamientos y acciones sean uno mismo“. Quizá por eso me resulta casi imposible respetar la incongruencia.

Tantas vidas, tanto llanto, tanto dolor… y la consecuencia de ello, es la solicitud de aplausos de un show mediático que beneficia intereses particulares, no sé si nacionales y extranjeros o sólo nacionales…

Sí. Se puede argumentar que nada sé de política, ni interior ni exterior. Lo que no puede contradecirse, es que México está sangrando, y el mundo entero asiste a un Día de Muertos diario, sin que nadie se asombre de la barbarie que ello significa… 

martes, 8 de noviembre de 2011

Tanto pensamiento encerrado en una caja de cereal...


“En esa casa fui feliz“. Sentenció, con aquel tono de voz melancólico que resaltaba detrás de una gran sonrisa auténticamente falsa. No respondí a lo que creí era una invitación al diálogo. No tenía ningún caso. Para qué recordarle aquellas noches cubiertas de soledad, donde cada lágrima tomaba de la mano una estrella. Para qué recordarle aquellas discusiones anónimas que se desarrollaron entre un pantalón y su zapato izquierdo, teniendo por único testigo un atribulado armario cubierto de pasado.

“Se vende“. Dijo, sin cambiar ni sonrisa ni tono de voz. “Sí. Todos mis recuerdos hoy están a la venta“.

Por muchas incoherencias envueltas en metáforas que salieran de su boca, yo no había logrado aún acostumbrarme a ellas. Por eso, mi capacidad de asombro no sólo aumentaba día a día: se ponía a prueba en cada plática y conversación. Los monólogos de los cuales yo era testigo eran la prueba máxima… aunque la inevitable consecuencia fueran tres noches de insomnio.

Sin embargo, aquella frase golpeó mi cara como sólo las frases directas logran hacerlo en los oídos. Es indiscutible que el viernes es viernes y no sábado, que el fuego es fuego y no agua… así como indiscutible resultó para mí que sus recuerdos estaban finalmente a la venta.

Por un segundo me imaginé qué valor podría alcanzar el primer beso. Y la pregunta siguiente atropellaba por hacerse presente: ¿por qué tenía tanta importancia el primer beso y no el último? Sí: aquel que se había dado hace unos días en la estación del metro, mientras esperaba que dieran las cinco de la tarde para no ser víctima de una inesperada lluvia mientras se dirigía a la clase de música…

Pero no. Los recuerdos es lo que está la venta, y no el pasado inmediato. Y entonces, otra pregunta me tomó por sorpresa: ¿el pasado inmediato aún no alcanza la categoría de “recuerdo“? ¿Qué tiene qué suceder para que el pasado inmediato se califique como recuerdo? ¿Cierta carga emocional? ¿Acaso el pasado inmediato adolece de ella?

Debo admitir que no fue una sola pregunta la que distrajo mi atención, como es costumbre en estos días; no: una oleada de cuestionamientos habitaron mi espacio, ese que se halla reservado para todos los recuerdos que atesoro en mis sonrisas, aquellos que acuden presurosos a secar mis lágrimas mientras me consuelan en mi tristeza…

Y me quedé con la duda del valor del primer beso…