Y comencé una nueva historia. Un día abrí los ojos y me encontré, finalmente, conmigo misma. Y me di cuenta que hoy realmente soy, y de la grandeza de permitirme ser… sigo siendo ese proyecto inacabado, con bordes excedentes y aristas sin o con sentido, pero soy; y soy mucho más cada minuto…
Y me di cuenta que me amaba, así, sin más requisitos que ser yo misma. Sí, me amo: amo cada centímetro de mi piel y de mi existencia; cada suspiro, cada idea y cada sentimiento; amo mis ojos y lo que en ellos se guarda; amo mis cabellos y aquello que cubren.
Es que, sencillamente, me siento tan bien en mi piel… Me veo los lunares y no sólo les sonrío, los saludo y pregunto cómo han estado; veo mis incipientes arrugas y me maravillo con sus formas y su discreta manera en que gritan tanto de mi existencia. Me veo a mí con dudas, inquitudes, sueños, sonrisas, desvelos… y me quiero así, y me dan ganas de abrazarme, de felicitarme, de ponerme una estrellita en la frente, de ayudarme a sacudir las dudas y la pereza física y mental sin reprenderme pero sí con energía… Y lo hago.
Y cuando de reojo atizbo el pasado, sonrío; y acaricio lo que fueran mis penas con la tolerancia y la comprensión que he logrado acumular o arrebatar de mis vidas pasadas… quiero y respeto a la Rocío que paralizó su presencia a causa del temor y las dudas; quiero y respeto a la Leticia que decidió hacer de su vida un carnaval, usando y desechando disfraces diarios; quiero y respeto a la Leticia del Rocío que en algún momento, decidió separar en forma aparentemente irreconciliable sus pensamientos de sus emociones, que decidió pelearse consigo misma; quiero y respeto todo lo que fui: a la mujer que se sumergió en el túnel del pasado para lucir un disfraz de niña; a la niña que comenzó por caminar a pasos agigantados para sufrir a destiempo, para amar a destiempo, para llorar y recordar antes de tiempo…