lunes, 14 de marzo de 2011

No me insultes por ser mujer...

Por: Leticia del Rocío Hernández

dignidadparallevar@gmail.com

Twitter: @LeticiadelRocio

Jeans y botas. Complexión delgada. Una mujer con estas características, bastante comunes, ingresa a un plantel educativo de nivel medio superior. Hay hombres (sí, hombres: no son ‘jovencitos’ y tampoco unos niños, son hombres), entre los 18 y 20 años jugando football y basquetball en la entrada. Son aproximadamente 30. También hay mujeres. Y al pasar la mujer, la de características bastante comunes, basta con que uno de los hombres comience a chiflar, para que los pasos de la mujer sean brutalmente acompasados por una rechifla que en sus oídos suena violenta...

Ella no pierde el paso, mantiene la cabeza erguida, mientras siente que su interior enrojece más que su cara. Decide acercarse a una joven que viene en dirección contraria, para preguntarle dónde se ubica el edificio al que necesita llegar. La joven, para su sorpresa, al ver que los pasos se dirigen hacia ella, comienza a alejarse... No la culpo. Seguramente, avergonzada en forma solidaria, no quería ser blanco indirecto de la rechifla.

Al salir del plantel, casi una hora después, la mujer se alegra de que la gran mayoría de los hombres ya no se encuentren en las canchas. Y al enfilar sus pasos a la puerta de salida, una nueva agresión. A unos 20 metros de ella, hay un grupo de seis hombres y tres mujeres, uno de ellos comienza a chiflar y gritar lo que seguramente él calificaría como ‘piropos’. Al no obtener ninguna respuesta que no sea el eco de los pasos de la mujer, grita, entre risas tanto de hombres como mujeres: ‘¡si bien que te gusta que te estén chiflando, perra!’. Ella, por una milésima de segundo, duda en detenerse... pero sigue su camino.

La mujer, finalmente, sale del plantel. Ya en la calle, pasa junto a un numeroso grupo de albañiles que están tomando un descanso, uno de ellos dice tan sólo ‘buenas tardes’. Ella, en silencio, agradece tan amable gesto, mientras le regala algo que parece una tímida sonrisa. Horas más tarde, la misma mujer pasa junto a un camión recolector de basura. Mientras dos hombres acomodan las bolsas, uno más se hace a un lado para que la mujer pase... No se escucha rechifla alguna, tampoco comentarios obscenos. Esta experiencia, denigrante para quien la vive, la aprovecho para invitar a la reflexión.

Si hubiera contado esta historia sin las descripciones correspondientes, poniendo sobre la mesa la pregunta: ‘¿a qué grupo de hombres pertenecían los estudiantes?’, sin duda, más de una persona habría asegurado que se trataba del segundo o tercer grupo. Estigmas. Somos víctimas de los estigmas.

Y, si hubiera dicho tan sólo que una mujer fue objeto de violencia, seguramente más de una persona habría supuesto que la experiencia habría sido consecuencia de golpes físicos o agresión sexual. Sin embargo, hay actos de violencia que, al menos en el Distrito Federal, sí están identificados en la legislación vigente. De acuerdo al artículo séptimo de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de violencia del Distrito Federal, una de las modalidades de la violencia es la violencia en la comunidad: “...cometida de forma individual o colectiva, que atenta contra su seguridad e integridad personal y que puede ocurrir en el barrio, en los espacios públicos o de uso común, de libre tránsito o en inmuebles públicos propiciando su discriminación, marginación o exclusión social”. No obstante, aún cuando no en todas las legislaciones se encuentre reconocido este tipo de violencia, no deja de ser violencia.

Por último, como bien han puntualizado muchas personas a lo largo y ancho del país y el mundo entero, el lenguaje sexista denigra, empobrece. A principios del mes de noviembre del año pasado, Ana Schwarz en la red social Twitter (@anaschwarz) daba cuenta de algunos ejemplos. Entre ellos, resalta la connotación que se le da a ‘hombre público’ vs. ‘mujer pública’; lo mismo sucede con: “perro: el mejor amigo del hombre”... y, ¿qué cruza por la mente de muchas personas cuando a una mujer se le dice “perra”?

Nada justifica que un grupo de hombres, envalentonados por el número, circunstancia o ubicación donde se encuentre, agreda en forma alguna a ninguna mujer. Nada justifica que una sola mujer aplauda o consienta, con su acción u omisión, el ataque a otra congénere. Piensa: ¿cuántas veces has permitido o has actuado, activa o pasivamente, de una agresión similar? No, a las mujeres no nos gusta que nos exhiban con chiflidos ni que nos insulten... No olvidemos que el respeto entre los géneros es nuestra garantía para crecer como sociedad.