jueves, 6 de octubre de 2011

Se regala alegría



“Cuando veas un hombre
bueno, trata de imitarle;
cuando veas a uno malo,
examínate a ti mismo.”
Confucio

Twitter: @LeticiadelRocio

Hay quien dice que las experiencias vividas en la primera infancia definen nuestra existencia, y también hay quien opina que si bien no la determina, a partir de dichas experiencias nos relacionamos con el mundo.

En un escenario y otro, cuando tengo la inigualable oportunidad de conocer personas que hacen su mejor esfuerzo por encender la luz de la ilusión en el rostro de niñas y niños, no puedo menos que reconocerle.

Salvador: el que vino a salvar a los hombres, aludiendo a Jesús de Nazareth. En la historia contemporánea encontramos a Salvador Allende, el político; Salvador Dalí, el pintor… y Salvador Cabañas, futbolista. En mi historia personal, conozco otro Salvador.

Él es uno de esos hombres que entra en la categoría de adulto maduro; sin embargo, me parece que sin importar su edad, ha mantenido un corazón muy joven: porque ha aprendido a regalar alegría. Cada Navidad, se disfraza del famoso y mundialmente conocido Santa Claus (Papá Noel), y así ataviado, gusta de convivir con las y los infantes que, sean de la familia o no, aún mantienen viva la tierna fantasía de amanecer al día siguiente muy temprano, para descubrir los regalos que Santa Claus y sus duendes han dejado bajo el árbol navideño.

Mientras le escuchaba atenta, me contagió esa emoción tan singular que provoca la mirada ilusionada de una niña, o la admiración sincera de un pequeño. Y así, envuelta en la plática, casi pude escuchar villancicos navideños a finales del mes de septiembre; entretanto, en mi interior confirmaba que regalar alegría es posible. Todo es cuestión de tener la voluntad de hacerlo.

También recordé que, apenas días antes, circulando por una de las principales avenidas del Distrito Federal, al esperar que la luz del semáforo me permitiera continuar, a mí me regalaron alegría. Un señor, de aproximadamente setenta años, estaba de pie, sobre el camellón, con un letrero colgado del cuello en el que se leía un sencillo “¡Sonríe!”. Agitaba su mano izquierda con auténtico entusiasmo, saludando alegremente a toda persona con la que cruzaba la mirada, con una amplísima y hermosa sonrisa. No pude menos que devolverle saludo y sonrisa, y antes de continuar la marcha, alcancé a gritarle un espontáneo agradecimiento. Lo logró: el resto de la tarde tuve una sensación de alegría genuina.

No creo que sea necesario que salgamos a la calle todas y todos vestidos de Santa Claus, Cupido o Marmota para regalar alegría, pero sí podemos salir con nuestra mejor sonrisa… o al menos, y no por ello menos importante, con nuestra mejor actitud. El mundo es como es, con buenos y malos momentos, buenas y malas relaciones, asentamientos viales y políticos deshonestos. Eso y más es el mundo, eso y más es esta experiencia llamada Vida… No obstante, considero que nuestra actitud frente al mundo y la vida, es, precisamente, nuestra: ahí está nuestro verdadero control.

Yo, por mi parte, he decidido seguir el ejemplo de estos dos hombres… quizá uno de estos días decida regalar abrazos en la esquina de cualquier crucero, o tal vez me anime a usar un disfraz de duende en las fiestas próximas. Lo que sí es un hecho, es que seguiré empeñándome por invitar a toda persona que conozco a que mantenga una sonrisa en su rostro… No lo pienses más: ¡sonríe!