martes, 22 de diciembre de 2015

¿Es suficiente el naranja?

Los eventos relacionados con la conmemoración 2015 del 25 de noviembre han concluido... Pero la campaña para que nos pintemos de naranja continúa. Esta iniciativa plurianual (conocida en redes sociales como #OrangeDay o #DíaNaranja) lanzada por el Secretario General de la ONU en 2008, ha cobrado particular relevancia en los últimos meses. Al menos eso parece indicar la presencia constante de frases alusivas a la iniciativa, que van desde el ¡Píntate de naranja! hasta la completa leyenda: Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres. Y se pintan de naranja los perfiles de hombres y mujeres en redes sociales. Y se pinta de naranja la vestimenta del funcionariado público. Y se pintan de naranja carteles e incluso paredes en planteles educativos, oficinas gubernamentales, estudios fotográficos y centros deportivos. Todo se pinta de naranja. Todas vestidas de naranja. Unas y otros a vestirse de naranja. Todo. Menos el entendimiento y conciencia plena de la iniciativa en cuestión.

Ya lo he dicho antes, y no me cansaré de repetirlo: no basta presumir de un color naranja, que en muchos contextos llenos de exhibicionismo y simulación sólo se antoja pálido e insultante, y no nada más porque tanto anaranjado viene acompañado del desconocimiento de la aberrante violencia contra mujeres y niñas que acecha allá por donde se asomen, sino porque también pareciera que el simple uso de este color legitima, en muchos lugares, las constantes violencias que vivimos las mujeres en los espacios públicos. Porque cuestionar las orientaciones sexuales de tus colaboradoras es violencia. Porque hacer comentarios que pretenden ser graciosos, haciendo alusión a la vida sexual de tus colaboras también es violencia. Porque criticar y juzgar a las madres trabajadoras porque amamantan o porque no lo hacen, porque tienen más de un/a hijo/a, porque no han bajado de peso o porque han bajado demasiado, porque trabajan y no se quedan en casa, o porque decidieron dejar de trabajar para quedarse en el hogar… también es violencia. Porque simular que realizas acciones para prevenir la violencia contra mujeres y niñas mientras que como funcionaria o funcionario público ejerces violencia contra las mujeres que trabajan en tu entorno y aquellas con las que coincides a propósito de tus funciones, además de ser un claro ejemplo de violencia institucional, es un evidente ejemplo de que las campañas, al desconocer su origen y alcance esperado, no hacen más que convertirse en un discurso barato, trivial y vacío…

No se trata de pintarnos de naranja hoy y mañana de violeta, para terminar vestidas de blanco o negro, cuando levantamos la mirada y callamos la voz por el enésimo feminicidio cometido frente a las indiferentes miradas de autoridades y sociedad: las mujeres debemos, con urgencia, ocupar más asientos en los espacios públicos, para ahondar en las conciencias de quienes hoy, voluntaria u obligadamente, se visten de naranja el día 25 de cada mes mientras atienden la ventanilla o llenan formatos con nuestros nombres… sin que perciban ni protesten por las violencias que viven en su entorno de trabajo.