sábado, 18 de febrero de 2012

Rosita


Es la tarde de un jueves. Rosita, una alegre niña de cinco años, inquieta, espera a la puerta de su casa a su vecina. Su compañera de juegos, hecha de trapos multicolores, cuelga de su brazo derecho, remendada una y otra vez, herencia de su hermana mayor que ahora tiene doce años. El sol está a punto de reposar sobre las montañas que a lo lejos se vislumbran, entre nubes de partículas diminutas de polvo y humo que despiden las maquiladoras. A Rosita le gusta jugar que esconde al sol, con su manita lo tapa y destapa a su antojo, mientras con los ojos achicados lo enfoca y desenfoca, una vez, otra...

Tan ensimismada está Rosita con el sol, que no se da cuenta de las camionetas que llegan a toda velocidad a la puerta de su casa hasta que una nube le envuelve la visión. Y a partir de ese momento, en segundos, su vida cambia drásticamente. Ante sus ojos, ahora engrandecidos por el estupor y el miedo, desfilan hombres, pasos, armas, golpes... y sus oídos, tan acostumbrados a la voz alegre de su madre y las palabras cariñosas de su padre, son incapaces de identificar las palabras que escucha a lo lejos, menos aún el estruendoso sonido que retumba en el aire, anuncio de una tragedia.

Gritos, dolor, llanto... y silencio en su aturdido corazón. A Rosita le arrancaron la tranquilidad de golpe, con violencia desmedida; a sus cinco años, su niñez abandona su vida.

Rosita existe. Su tragedia es real, y el daño, tan irreparable como cierto, se multiplica... Rosita existe en las niñas y niños que todos los días viven experiencias similares alrededor del mundo.

La violencia arrebata sonrisas infantiles, y las transforma en estigmas; esa misma violencia altera lo que debiera ser el orden natural de la existencia de millones de infantes que en poco tiempo serán personas adultas. Y, cuando eso suceda, ¿cuáles serán sus pensamientos, sus valores, sus motivaciones?

Cierto, la sociedad demanda atención urgente en rubros tan importantes como educación, salud y, hoy por hoy, seguridad. Sin embargo, si nuestra visión se limita al horizonte de un corto plazo, estaremos cometiendo, considero, un gravísimo error, pues se está ignorando que las niñas y niños de hoy, serán quienes definan, de una forma u otra, el rumbo de nuestra sociedad el día de mañana.

¿Dónde están las niñas que, una vez violadas, se recuerdan para citar estadísticas? ¿Dónde están los niños y niñas, que huérfanos no nada más de padres, sino también de esperanzas, engrosan expedientes amontonados en el rincón de nuestra indiferencia?


Aún cuando es arduo el trabajo que realizan organizaciones civiles sin fines de lucro que acogen a estas pequeñas víctimas de la violencia, todo esfuerzo que se haga por evitar que estas desgracias se multipliquen siempre será útil y necesario. Quizá, una de las acciones que más urgen, es liberarnos de la apatía que provoca enterarnos de sucesos parecidos al de Rosita. Es mentira que nada podamos hacer al respecto: sí podemos hacer mucho. Podemos informarnos de las acciones que nuestros legisladores están tomando al respecto, opinar y aportar; podemos colaborar con asociaciones, si no es posible con aportaciones o voluntariado, enterarnos quiénes son, dónde están, en qué forma ayudan, y acercar esta información a quien le pueda ser útil. Podemos cerrar filas ante la violencia: es un deber moral, urgente.