jueves, 25 de abril de 2013

Quiero abrazar una nube...


Contra todo argumento lógico y científico, mi opinión respecto a las nubes sigue siendo igual de compleja y soñadora que la elaborada por mi otrora infantil razonamiento: no sólo su origen es mágico, sino que su existencia y manifestación también lo son.

Y todavía hoy, que el sueño no llega tan fácilmente como cuando tenía siete años, me siento invadida por la emoción cuando, desde la maravilla tecnológica de un avión, puedo admirar, en toda su grandeza, una familia infinita de nubes que forman espesas cobijas en el cielo, formas caprichosas que envuelven el aparato en el que viajo, llenándolo de pelusa blanca que a mis manos se le antoja suave, y a mi boca dulce...

Algodón finísimo de exquisita textura, soledad alegre de inacabable abrazo; frescura constante de calidez incierta. Tobogán de luces por aquí, y de penumbras crecientes por allá... Y más ganas me dan de ser pelota, ave, mariposa... cualquier ente, animal o cosa, que pudiera rebotar y reventar de caricias en sus entrañas.

Y aún hoy, como cuando era niña, sigo creyendo que algún día podré fundirme en un cariñoso abrazo con las nubes...