lunes, 19 de marzo de 2012

De mujer a meretriz: ¿en qué radica la diferencia?


“Ninguna mujer se ha perdido nunca
 sin que la ayudase algún hombre”
Abraham Lincoln.

A pesar de tantos esfuerzos realizados por organizaciones de la sociedad civil, instituciones y voces y palabras de muchas personas, esfuerzos reflejados en no pocas legislaciones y textos, resulta común escuchar y leer referencias denigrantes cuando de la mujer se trata.

Lo más triste y cuestionable no es que los refranes y adjetivos peyorativos subsistan en medio del trabajo diario que se realiza, desde distintas trincheras, por evitar un lenguaje sexista, racista y discriminatorio; no, lo más lamentable es que esos comentarios encuentran eco en muchas mujeres.

Aparentes justificaciones es lo que sobra: si no es el vestido lo es el calzado; si no es la actividad profesional y sus logros es el trabajo que se desempeña; si no es su forma de hablar lo es la manera en que se desenvuelve en sociedad, en una reunión, en la escuela… Cualquier pretexto es válido para decir que tal o cual mujer es, como comúnmente se llama, una puta. Con todas las connotaciones posibles: gata, zorra, mujer fácil, mujer de dudosa reputación, de moral ligera…

Es urgente no soslayar la importancia del lenguaje: es el reflejo fiel de nuestra realidad, de nuestros sentimientos y pensamientos. Si, por ejemplo, una persona, hombre o mujer, tiene una vida sexual activa, es simplemente eso: una persona con una vida sexual activa. El objetivo de tal actividad (por gusto o por dinero), la frecuencia, y el número de personas con quienes realice tal actividad es, considero, cuestión que le interesa y le debe interesar, únicamente, a esa persona en cuestión… ¿Quién o qué nos faculta, como sociedad, para calificar a esa persona?

Ahora que la tecnología nos facilita la comunicación y la información, debiera utilizarse a nuestro favor: como una útil herramienta para promover el respeto a nuestras diferencias, el respeto que nos debemos como personas; reinventar, si es necesario, la forma en que nos comunicamos: no es partir de las deficiencias (o de lo que consideramos deficiencias) de las otras personas como crecemos, sino a partir de nuestras propias experiencias. Calificar y juzgar al resto del mundo de ninguna manera nos convierte en una mejor versión de nosotras mismas (o nosotros mismos, según se lea).

En días pasados, un diputado federal utilizó, durante su intervención, lo que llamó una frase histórica: “No hay caballo que no tire a mula, ni mujer bonita que no llegue a meretriz y hombre bueno que no tire a penco”. Coincido con él en un solo punto: históricamente se ha juzgado a la mujer por su belleza. Fue para mí gran noticia saber que todas las mujeres diputadas que integran la Cámara de Diputados, sin distingo de partidos, se unieron para reclamarle a Francisco Moreno Merino el insulto con el que se refirió al género femenino. Así es, considero, como debemos actuar en nuestra vida diaria: unirnos, sin distinción alguna, cuando se haga uso de expresiones similares.
Seamos el reflejo de una sociedad digna, que promueva nuestro valor como personas, y no juicios absurdos a propósito de algo tan insignificante como lo profundo de un escote o el largo de una falda. Somos mucho más que eso.