jueves, 14 de julio de 2011

Unos minutos de infancia

Inhala una vez más, y al hacerlo, a su mente acude el dulce olor de las flores que hace más de un mes se secaron sobre su escritorio, pero que aún decoran ese rincón de su recuerdo. Globos. En el retrovisor puede ver con toda claridad globos de distintos tamaños y colores. Con una mano que se extiende más allá de su cuerpo y de ese espacio físico que habita, toma uno, el más brillante, tal vez el más lejano...
El reloj le indica que, de no acelerar la marcha, llegará tarde tres o cuatro minutos. Pero una nube le obliga a suspender su mirada en el horizonte: ¿es un árbol? No, quizá la forma que dibuja es la de una manzana. Y se le antoja que ahí en el cielo esa manzana sabe como las manzanas de Canatlán.
Las seis en punto. Y le faltan aún dos cuadras por recorrer. Las gotas de lluvia que comienzan a recorrer el parabrisas le regalan diminutas sonrisas, llenas de hidrógeno y oxígeno, y de evocaciones de otras gotas en otros parabrisas, aquellas que le acompañaban a los siete años y podía escuchar con nitidez la plática alegre entre ellas, mientras presurosas se alejaban, para seguir su ruta rumbo al asfalto...
Una mano le saluda entre la gente, ahí, al pie de la banqueta. Al descender del vehículo se percata con sorpresa que ha llegado a tiempo: el reloj del carro, como todos los que le acompañan, está adelantado. Bendice al tiempo, ése concepto tan abstracto que le ha permitido ir y regresar de su niñez, una vez más...