sábado, 20 de junio de 2015

Feliz Día del Padre

Al inicio de mis estudios profesionales decidí ocupar mi tiempo libre en un deporte que, si bien ya había practicado con anterioridad, no lo había hecho en forma metódica. Supongo que eso te debió haber dado mucho gusto a ti, que tan gustosamente aceptabas cualquier situación o circunstancia rigurosa, metódica, sistemática…

En aquella época, comenzaba a escribir versos al pie de las páginas de libretas llenas de palabras como jurisprudencias, contratos y cosa juzgada; y a la par que las inquietudes se desbordaban en mis manos, una feliz soledad invadía mis espacios: no me recuerdo rodeada de muchas amistades, como tampoco me recuerdo genuinamente entusiasmada por todo lo que hacía, excepto aquellas clases de Tae Kwan Do que me permitieron ver los atardeceres más hermosos que me ha regalado la Sultana del Norte. Y no guardo en mis memorias, antes o después de aquella ocasión, haber competido por algo. Al menos no yo sola…

No sé cuál de estas razones, o alguna otra que desconozco, fue la que motivó que aquel día abordaras un avión para estar a mi lado un par de horas.

Quizá era un jueves (o miércoles) de una semana cualquiera del mes de mayo. Me habían dicho que la persona que competiría conmigo en la misma categoría no sólo tenía experiencia previa en ese deporte, sino también en Judo. Y, ante tanta información, lo que más me preocupó no fue ganar, sino salir bien librada del encuentro...

Con el uniforme puesto, blanquísimo y sin más arrugas que las necesarias, empecé a realizar los ejercicios de calentamiento, y mientras mentalmente me preparaba para una experiencia que nunca antes había vivido, repasaba uno a uno los consejos que amablemente me había compartido una compañera con más experiencia que yo cuando, de pronto, mi respiración se contuvo. Por unos instantes, mi cerebro no lograba procesar la información que mis ojos le enviaban, primero asombrados, y rápidamente inundados de un emotivo llanto: frente a mí, a tan solo unos pasos, estabas tú, tú y tu gran sonrisa, tú y tu reconfortante abrazo. Tú, mi padre, habías salido de sabrá Dios dónde, y ahora caminabas con alegre soltura entre mis compañeros y compañeras que, con la interrogante dibujada en sus rostros, vieron cómo, muda por el llanto, corrí y salté a tus brazos.

¿Cómo explicarles que crecí rodeada de tu amor, pero añorando tu presencia cada segundo que nos separaba la distancia? ¿Cómo decirles las muchas veces que, abrazada de tu ropa, cerraba los ojos para imaginar que estabas frente a mí, cobijándome en tu regazo? ¿Cómo contarles, en breves instantes, que no sólo eras mi padre, sino que eras mi mentor, mi alegría, mi mejor amigo, mi cómplice y mi ejemplo?

Hoy, más de una década después, puedo decir que pocas veces he sentido una alegría similar como la que me invadió aquel día, cuando tu mirada y la mía se cruzaron en ese gimnasio…Gracias por ese día tan lleno de sorpresa y felicidad... 



Hoy se celebra el día del Padre. Y hoy, como ayer, y como cada día desde tu partida, cierro los ojos para ver tu sonrisa, para abrazarme a tu recuerdo y decirte lo mucho que te amo… Felicidades papi…