domingo, 1 de mayo de 2011

Escribiendo para no olvidar... escribiendo para honrar

Alguna vez le escuché decir a mi padre: “si quieres honrar al lugar donde naciste, haz algo bueno por tu estado”. Hoy, en honor a mi padre, a mi tierra y la niñez de mi tierra, me esforzaré honrándoles con lo mejor que sé hacer: escribir…

Yo nací en Durango, Durango, entidad localizada al norte de este noble país. Sin embargo, creo que es muy cierta la frase que reza que una es de la tierra que le da de comer. Por eso, hace tiempo que digo, con la cabeza muy en alto, que soy duranguense, soy coahuilense y soy chilanga…sencillamente, mexicana. Aunque siempre me refiera a Durango como ‘mi tierra’.

Mis primeros recuerdos de la infancia están rodeados por esa luz dorada, intensa, que entraba por la ventana de la sala e inundaba cada rincón, invitando a salir a disfrutarla. Y tal vez esa luz la apreciaba más por el contraste producido por el cielo de mi tierra, de un azul potente aunque sereno. Disfruté de calles, parques y avenidas cuando el clima y la oportunidad eran propicios; festejé cumpleaños en compañía de quienes alegres brincaban y bailaban conmigo al son de una música que todavía ahora evoco con tan sólo cerrar los ojos.

Cuando salíamos de viaje, y finalmente, al cambiar de residencia, la voz dulce de mi madre y la sempiterna sonrisa de mi padre, me prometieron que siempre volveríamos, que cada vez que tuviéramos oportunidad, volveríamos. En aquel tiempo, mis lágrimas se aquietaron ante tan firme promesa. Sí, porque mis padres, como todas las mujeres y todos los hombres de mi tierra, tienen una sola palabra, y la cumplen…

Durante muchos años, cuando decía que era originaria de Durango, en más de una ocasión me preguntaron en qué punto cardinal se encontraba, y al contestar incluso hubo quien me comentó sin reparo que creía que estaba cercano a Chiapas.

Hoy, todo es muy diferente. Todo es diferente en mi tierra, en todas mis tierras…en todo mi México. Las niñas y niños en muy pocas ciudades y municipios tienen la libertad de salir corriendo de su casa para jugar pelota en la calle, o pasear libremente en bicicleta en el parque o frente a la iglesia. El pasado día de la niñez, millones de pequeñas y pequeños no festejaron esta fecha corriendo felices por las calles ni de ninguna otra manera, porque, o estaban trabajando en una esquina aventando pelotas al aire, o les prostituían al mejor postor; o quizá les enseñaban cómo usar un arma, o cómo sobrevivir a una granada tirándose al suelo. Sí, millones, aunque las cifras oficiales insistan en disfrazar el número con falsos ‘miles’.

No hay día en que no escuche o lea palabras, cifras, estadísticas, estudios, análisis, avances… pero tantas palabras y números no suenan en mis oídos como la promesa cumplida que sí se repitió más de una ocasión en mi infancia: nada ante mis ojos cambia sino empeora. Yo sí tuve promesas cumplidas… nuestra niñez, ¿qué es lo que tiene frente a sí?

Hoy nadie me cuestiona dónde se encuentra mi estado natal. Ni el señor que maneja el taxi, ni quien me corta el cabello, ni la señorita que alegremente me sirve el café por las mañanas. Y con esa misma naturalidad, pero una que raya en la indiferencia, hoy escuchamos de un niño que murió en brazos de su madre a causa de una bala perdida… para después escuchar la canción de moda.

Hoy quiero decirle a quien sea que haya comenzado este juego (y me refiero en forma irónica, a propósito del día de la niñez, ya que dicen que no se trata de una guerra) que hace tiempo, mucho tiempo, ya lo perdió; y en palabras propias de una adulta, desde aquí le digo: la vida de una sola persona vale mucho más que una política fallida.

Que la historia nos juzgue si hoy no hacemos lo suficiente por luchar por nuestra niñez.