A mi madre le gusta decorar la casa... La viste, le da vida
propia (que de por sí está llena con su sola presencia). Cada fecha especial,
onomástico, aniversario, la casa se viste de gala... Ella está presente en la
taza en que mi padre bebe infusiones, vasijas elegidas por ella por el color,
el dibujo, tal vez la forma: colores alegres, dibujos originales, formas inesperadas
que embellecen el momento…
Si. Mi madre decora y da vida a la casa donde hemos vivido
momentos alegres, de angustia, lucha, tristeza... Con la misma intensidad con
que decora y llena de vida nuestras propias vidas.
Lo veo cuando mira a los ojos a mi padre, en medio de una
comida cualquiera; con el mismo amor con que se esmera en cuidar fechas de
cumpleaños y los pormenores de su familia política... Llena de vida la
existencia de mi padre con un saludo, y una coqueta y enigmática sonrisa.
Mi madre decora mi vida. La llena de color con su risa, de
reflexión con sus enojos, de incertidumbre con sus silencios, de alegría con
sus abrazos... Me recuerda el orgulloso origen de nuestro pasado norteño con
sus cantos, con el mismo entusiasmo con que evoca mis primeras carreras al
bordo de una andadera que me quedaba muy corta para mi inquietud y tamaño. Adivina
mis pensamientos con la idéntica precisión con que abraza mis sentimientos: en
forma amorosa, única y comprensiva.
Mi madre es hermosa. Su mirada es más brillante que el
intenso azul del cielo de mi tierra; su risa es genuina, llena de una
autenticidad que obliga a sincerarse, a entregarse de igual manera… Mi madre es
fuerte como un roble, y, al mismo tiempo, suave como la caricia del viento…
Ella no tiene edad: el tiempo le roba y suma años, pero
nunca le resta alegrías…