lunes, 9 de mayo de 2011

Caminando en el silencio




Si no creyera en mi camino, si no creyera en mi sonido,

si no creyera en mi silencio…

Silvio Rodríguez


Creo firmemente en la inexistencia de las verdades absolutas. Sin embargo, convencida estoy de la existencia indiscutible de las sensaciones y de la fuerza generada por las verdaderas luchas personales.

México sufre, se desangra en cada niñez violentada, en cada hogar quebrantado; México revive en cada ilusión, en el esfuerzo de cada habitante por construir una realidad mejor. Mi país se reconstruye en el esfuerzo de cada persona que da lo mejor de sí misma para construir futuros más prometedores.

Yo ayer fui una de las tantas personas que se sumó sus pasos a los de mujeres y hombres que con fe y esperanza inquebrantable recorrieron kilómetros de reflexión; pasos y silencios unidos con el objetivo común, creo yo, de pedir se ponga fin a una oleada de sangre que pareciera que ya nadie entiende. Al margen de los análisis políticos que desde diferentes escenarios se han realizado y que sin duda se continuarán generando, resulta incuestionable que el domingo 08 de mayo de 2011, en nuestro país y distintas ciudades del mundo, hubo una manifestación silenciosa que clamaba porque la paz regresara a nuestras calles.

Y subrayo: al margen de los análisis políticos, porque dudo de la existencia de verdades absolutas, y pareciera que muchas y muchos son poseedores y poseedoras de verdades absolutas… ¿Resulta tan difícil respetar el dolor de las y los dolientes, resulta tan difícil respetar la forma en que ese dolor se expresa?

Ayer se escuchó un silencio que duele, un silencio que clama porque el dolor aminore, un silencio que exige justicia, un silencio que reclama la dignidad de las víctimas. Pero también se escuchó, en ese silencio, la diversidad que convive y conmueve este país; se escuchó la solidaridad de quienes se duelen del dolor ajeno que todas y todos hemos hecho propio… Escuché las palabras calladas de quienes ya no saben cómo expresar su desesperación, hartazgo y repudio ante tanta violencia; sentí una indescriptible necesidad de abrazar a una persona que nunca en mi vida había visto, como si con ello pudiera aminorar un poco, tan sólo un poco, el dolor que escondía detrás de una manta o un micrófono… Pero también sentí la fuerza de una voluntad colectiva de generar cambios, de alimentar conciencias; observé, con innegable gusto, que se respetaba el paso de mujeres que transitaban, sin temor alguno, y sin importar su indumentaria… Ni hablar de quienes traían consigo las botellas de plástico vacías, esperando pacientemente para depositarlas en un bote de basura y no en cualquier esquina.

Tenemos derecho a manifestarnos, así como la obligación de respetarnos. Que para mí resulte válida la opción de salir a recorrer las calles donde vivo para manifestar mi rechazo a la violencia, de ninguna manera significa que el resto de la sociedad esté obligada a coincidir con mi forma de pensar y consecuente actuar. Y ésa, es una regla de convivencia que se aplica en forma inversa.

Yo me quedo con una imagen tatuada a fuego en mi memoria: la imagen de una sociedad sin género ni condición social, recorriendo, paso a paso, un camino a una conciencia social mayor.