miércoles, 31 de diciembre de 2014

2015

Termina un año más.

2014, en México y el mundo, se ha escrito con una fina pero vistosa tinta indeleble que ha dibujado un periodo turbulento, complejo, diferente, emocionante; pero también, se debe reconocer, el dibujo tiene tintes de tristeza, de esa angustiosa impotencia que invisibiliza el paisaje cuando se está frente a una injusticia.

La violencia machista se ha dejado ver en todos los rincones a través de las más diversas manifestaciones; desde la más sutil a la más agresiva de sus formas, la violencia machista ha desestabilizado -en el mejor de los casos, la vida de miles de mujeres, niñas y niños. Donde se pose nuestra vista, ahí está la violencia machista: a la entrada del metro, en la oficina de junto, en el espectacular con que nos topamos de vuelta a casa, en la portada de la revista y entre quienes se sientan a nuestra mesa.

Sí, porque nosotras también ejercemos violencia, porque nosotras también normalizamos esa violencia y nosotras también nos medimos, las unas a las otras, a través de unas gafas patriarcales que nos impuso una sociedad que le adeuda tanto a las personas que la conforman.  

Pero cierto es que las palabras no arreglan, por sí solas, ninguna situación: son actitudes y acciones diferentes las que se requieren, con urgencia, para dar un giro a esta historia de injusta democracia donde no participan hombres y mujeres por igual. Tenemos qué desaprender lo aprendido, desandar las mismas rutas que nos llevan al mismo violento destino…

Albergo la esperanza –necia, persistente, como cada ciclo de 365 días, de que el año que está por comenzar sea uno diferente, uno en el que se derrumben los mecanismos patriarcales, uno en que el sistema de corrupción que sirve de sustento a tantos gobiernos se desmorone… uno en que la violencia sea la excepción, y no la regla.

2015: no me defraudes, que yo no habré de hacerlo.