jueves, 9 de junio de 2011

Mesa para cuatro, por favor


Mesa para cuatro, por favor. La intrigada mirada del mesero dice más que su silencio: ‘¿y el resto de los comensales?’, se preguntará, sin duda...

Me siento a la mesa asignada y enseguida ordeno la bebida y la comida. Se rompe el silencio y escucho un amable cuestionamiento: ‘¿no espera a las demás personas?’. Un par de ojos me observan, desorbitados, cuando contesto: ‘¡Pero si ya están aquí conmigo!’.

Un segundo después, soy yo quien abro los ojos, no tan desorbitados, más bien soñolientos. Es un sueño donde camino aparentemente sola; sin embargo, al sentarme a la mesa de un hermoso restaurante, me doy cuenta que esa soledad es tan solo una ilusión: mi familia está sentada a la mesa, junto a mí. El resto de las personas, desde luego, no les ven. Y es que su compañía va conmigo, en ese lugar indefinido entre mi sangre, mis recuerdos, mis experiencias y mis sentimientos.

Así es como, creo yo, andamos por la vida: con nuestros quereres a cuesta, caminando paso a paso a nuestro lado. Si ponemos atención, se escucharán los cantos que arrullaron nuestros primeros sueños; los primeros consejos para dar los primeros pasos... si detenemos el barullo que diariamente insiste en gobernar nuestros pensamientos, quizá seamos capaces de sentir aquella primera caricia, aquél abrazo que consoló nuestra primera pérdida.

A mí me gusta recordar y sentir su brillo. Porque mi madre brilla. Siempre ha brillado, además de ser brillante. No sé las demás personas, pero yo sí veo cómo su cara se ilumina cuando sonríe, cuando escucha mis andanzas del día, cuando tiene entre sus manos el libro de la semana y lo bebe línea a línea al pie de una lámpara que a su lado se ve opaca. Brilla en la mañana, y brilla más por la noche. Y me gusta creer que yo también brillo cuando me envuelve su mirada...

No es el día de las madres. Tampoco el día de la familia. Y el día del padre es tan impreciso en mi calendario como el reconocimiento colectivo que se hace a los grandes hombres que sí existen, como mi padre, como el padre de tantos hombres y mujeres que conozco. No, para mí, hoy es un día más especial que todas las fechas del calendario. Es un día para decir que amo a mi familia; es un día para recordar que cada persona con la que trato viene gratamente acompañada por su propia familia, y por eso, tal vez, debo ser todavía más respetuosa en mi trato.

Respeto. Ojalá respetemos más nuestro pasado, nuestro origen... a esas personas que no sólo hicieron espacio en su vida para que tuviéramos cabida, sino que, con el corazón en la mano, nos cedieron su espacio para construir nuestra existencia.

lunes, 6 de junio de 2011

Invitaciones del pasado, siempre presentes


El 2 de junio tuve la oportunidad de asistir a la presentación del libro “Sol de Libertad. Hermila Galindo: feminista, constitucionalista y primera censora legislativa en México” de la escritora duranguense Rosa María Valles Ruiz.

Hacer un esfuerzo por resumir en este espacio el contenido de esta obra resultaría no sólo imposible, sino casi un insulto al trabajo realizado por la Dra. Valles Ruiz. Sin embargo, como mujer interesada en el quehacer de mis congéneres, no pude evitar la tentación de aprovechar la oportunidad de citar parte del legado de Hermila Galindo, palabras que a casi cien años de haber sido escritas, tienen una indiscutible vigencia:

“...Los pensamientos, vengan de donde vengan, deben ser discutidos: la razón debe penetrar en ellos, analizándolos para ver lo que tienen de verdad, o demostrar que son falsas urdimbres de mentiras y de engaños...

...las ideas, cualesquiera que ellas sean deben de cruzar bajo las horcas caudinas de un razonamiento frío, sólo de este modo puede llegar a poseerse la verdad, así sea en la dosis relativa a que pueda aspirar la humanidad imperfecta...” (Mujer Moderna núm. 54, 26 de noviembre de 1916).

Para mí, resulta irrefutable que nadie posee la verdad absoluta, y, sin embargo, también es innegable que hoy en día, desde diversas trincheras, escuchamos y leemos diversidad de argumentos que se ofrecen como una única e inobjetable verdad. Y así, escuchamos en pláticas de sobremesa la repetición continua de esas mismas palabras, con el mismo peso de cierto o verdadero.

Como sociedad, adolecemos de un pensamiento crítico, que analice y desmenuce las palabras que acuden a nuestros oídos o a nuestros ojos; y esta actitud, personalmente, la considero no sólo irresponsable, sino peligrosa: nuestra vida es conducida por pensamientos y consecuentes decisiones que nos resultan ajenas, y atendemos así a intereses que no son los nuestros. Se trate de una elección para elegir mandatarios o representantes en las curules, o de obras en las vías de comunicación, o en las reformas a una legislación existente o creación de una nueva: es nuestra obligación participar, con información y pensamiento crítico, exponer nuestro punto de vista; objetar si es necesario, promover si es conveniente.

La verdad fluye (o debería fluir) libremente en nuestro pensamiento, y nuestra realidad es la que le da ese matiz que la distingue entre las distintas verdades, aún cuando sea la misma verdad para todas y para todos... Cada persona, desde su experiencia de vida y circunstancias personales, observará y vivirá esa misma verdad de manera diferente: es la diversidad la que construye la posibilidad de generar mejores condiciones para el colectivo, no sólo para un individuo.

Desde un rincón de la historia, una gran mujer nos invita a reflexionar, a actuar con conciencia... Yo acepto con gusto esa atenta invitación.