viernes, 31 de diciembre de 2010


En este lado del mundo, faltan pocas horas para que el 2010 diga adiós, y ese abandono pinta de colores mi existencia.
En este año reí, lloré, bailé, dudé, me decepcioné de mis propias expectativas, temí... en una palabra: viví. Cada segundo de los 365 días que hoy marcan el fin de un ciclo, han dejado en mi vida una huella imposible de borrar.
Hoy sólo puedo decir: gracias... Gracias a Dios por las amistades que siguen a mi lado, las que se fueron, las que nunca fueron tales; gracias a Dios por el amor, la dicha, la tristeza, las sonrisas de los niños y los intrépidos vuelos de los pájaros... sobre todo, gracias a Dios por permitirme ver la sonrisa dibujada en el rostro de mis padres, por su cariño, su presencia... gracias por el milagro de mantenerlos a mi lado.
Cuando el reloj marque el inicio de un nuevo año, y con él, de una nueva época, deseo que la fe se renueve en el corazón de todas las personas que, sin duda, tienen el mejor motivo para celebrar: la Vida.

domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Te llamo en cinco minutos?

“Las palabras están llenas de falsedad o de arte;

la mirada es el lenguaje del corazón”. William Shakespeare

“Estoy en una junta… ¿te llamo en cinco minutos?”…Y al otro lado de la línea, la persona podría esperar diez, treinta o sesenta minutos esa llamada, incluso un día entero. Lo mismo sucede cuando escuchamos ‘te busco la semana próxima para comer’; ‘nos ponemos de acuerdo un día de estos para ir al teatro’ o cualquier otro evento sin fecha ni hora determinados.

¿Cuántas ocasiones hemos escuchado frases similares? Todas tan parecidas entre sí, aunque difieran en las palabras utilizadas, comparten un común denominador ambiguo: llevan implícita la promesa de cumplir lo que se dice, pero también un sutil recordatorio de no fiarnos del incierto futuro… No, ¡mentira! No es un sutil recordatorio de lo incierto del futuro, sino del poco valor que se otorga a la palabra dada… Sí, porque en estos tiempos pareciera que la palabra vale menos que nada: con la misma facilidad con que se dice “te llamo en cinco minutos” se dice, siete horas después: “cierto, quedé en llamarte, dime, ¿qué se te ofrecía?”

Parece que ahora es una mala costumbre cumplir lo que se dice, peor aún, resulta de mal gusto exigir que se cumpla lo que, de una u otra forma, nos fue prometido… ¿Por qué no detenernos a analizar las consecuencias que tiene ese actuar tan informal y carente de compromiso? Porque, cuando una persona ofrece llamar en cinco minutos y no cumple, también se ofrecerá a pasar por nuestra casa la próxima semana, sin cumplir, desde luego; y con esa misma alegría casi infantil prometerá aumentar el número de elementos de seguridad en las calles de nuestra colonia, para después asegurar que hará su máximo esfuerzo legislativo por eliminar la tenencia, lo que sin duda tampoco le impedirá repetir, una y otra vez, que no descansará hasta dar con el paradero de todos los delincuentes del país, y hacer que purguen la condena que les corresponda por todos los delitos cometidos… y la lista sigue, y el incumplimiento prevalece.

El argumento que esgrimen en su defensa quienes tienen por costumbre no cumplir lo que prometen, es tan sencillo como endeble: las exigencias del día a día impiden que se cumpla todo aquello que se dice…Y nos hemos acostumbrado a eso: cuando escuchamos a quien tenemos por interlocutor, difícilmente creemos sus palabras pues, complacientes, hemos firmado un acuerdo tácito: ni te creo todo lo que me digas, ni tú cumplirás todo lo que ofreces.

Qué lamentable que no seamos capaces de reconocer nuestras humanas limitaciones y nuestros humanos errores; qué lamentable encontrar tan poca honestidad en nuestros argumentos y, en cambio, escuchar, una y otra vez, promesas poco creíbles… Qué lamentable ser un pueblo acostumbrado a la informalidad y a la falta de verdad, y más lamentable, quizá, que justifiquemos tan graves faltas, ignorando las consecuencias. Porque esas promesas incumplidas, por menores que sean, van escribiendo historia: una historia de mentiras que deambula en nuestras calles, se mete por las rendijas de las ventanas a nuestras casas y lentamente, se convierten en realidades; mentiras, todas reales, que dibujan las paredes de nuestro destino, sostenido en hechos inciertos y palabras sin valor.

Ojalá, poco a poco, rescatemos el coraje y valor necesarios para hacer un ejercicio de honestidad diario, y comenzar a darle la vuelta a ese círculo vicioso en el que cómodamente nos hemos instalado…y seamos capaces de enseñar, con nuestro ejemplo, a nuestras niñas y niños, que es posible construir y vivir en un mundo sin falsedades baratas.

Autora de ‘Dignidad para llevar’

Twitter: @LeticiadelRocio