viernes, 31 de diciembre de 2010


En este lado del mundo, faltan pocas horas para que el 2010 diga adiós, y ese abandono pinta de colores mi existencia.
En este año reí, lloré, bailé, dudé, me decepcioné de mis propias expectativas, temí... en una palabra: viví. Cada segundo de los 365 días que hoy marcan el fin de un ciclo, han dejado en mi vida una huella imposible de borrar.
Hoy sólo puedo decir: gracias... Gracias a Dios por las amistades que siguen a mi lado, las que se fueron, las que nunca fueron tales; gracias a Dios por el amor, la dicha, la tristeza, las sonrisas de los niños y los intrépidos vuelos de los pájaros... sobre todo, gracias a Dios por permitirme ver la sonrisa dibujada en el rostro de mis padres, por su cariño, su presencia... gracias por el milagro de mantenerlos a mi lado.
Cuando el reloj marque el inicio de un nuevo año, y con él, de una nueva época, deseo que la fe se renueve en el corazón de todas las personas que, sin duda, tienen el mejor motivo para celebrar: la Vida.

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