lunes, 24 de febrero de 2014

Diane de Poitiers: una mujer, muchas historias



Fotografía: WebSite - Wikipedia
Hace unas semanas tuve entre mis manos una revista de ‘belleza y moda’ para mujeres, en donde me encontré con un artículo (que me atrevo a calificar como de opinión) que se refería a Diane de Poitiers, duquesa de Valentinois y de Étampes, como “la cortesana más poderosa”.

No omito mencionar que la autora, lejos de situarse en el contexto de la época, lo que la hubiera forzado al menos a explicar cómo y por qué era que las mujeres se convertían en cortesanas de los reyes, colmó a Diane de Poitiers de adjetivos descalificativos de –casi, todo tipo. Ignoró mencionar, sin embargo, que a los 15 años fue casada con un hombre 39 años mayor que ella, y que a la muerte de éste, no sólo adoptó el negro de luto como el principal color de su vestimenta, sino que, siendo ella la administradora de los bienes familiares, hizo crecer su fortuna de manera considerable. ¿Esta cualidad no habla acaso de una mujer inteligente, hábil para los negocios y/o las matemáticas?

Me sorprendió, al terminar de leer el artículo en cuestión, la ligereza con que se aborda la vida y obra de una mujer que, si bien marcó la existencia de más de una decena de personas hace cinco siglos, tampoco es tan diferente, en esencia, de la vida de muchas otras mujeres de todos los tiempos. O dicho de otra manera: a pesar de haber vivido y muerto hace cinco siglos, su prestigio no corre mejor suerte que la que correría la reputación de cualquiera de nosotras, mujeres del siglo XXI, nos asomemos o no a la esfera pública (esa llena de cámaras fotográficas en el interior de las habitaciones).

Pasando por alto la relevancia de un trabajo o función de miles de mujeres en el mundo (jefas de estado, educadoras, ministras, estrellas de cine, consejeras, embajadoras y un largo, nutrido e interesante etcétera), ignorando casi por completo el esfuerzo requerido por todas ellas para concretar sus logros, nuestros ojos están puestos donde a los medios les interesa que estén puestos: en su talla, el largo de la falda o lo entallado de la blusa; en las ojeras que se asoman a media madrugada… en la persona que estuvo junto a ella una tarde de domingo, la panza que denota un embarazo incipiente o una urgente cita en el gimnasio…

Esas mujeres (todas, nosotras incluidas), no tienen libertad para que la naturaleza se manifieste en sus cuerpos: siendo niñas, se les apura para que representen una edad mayor, y los casos de hipersexualización abundan en todas las lenguas; llegando a ‘cierta edad’ se impone no sólo ocultar las canas, sino cualquier arruga que se manifieste por cualquier rincón de su cuerpo, no vaya a ser que los cuarenta años (o cincuenta y seis, ni hablar de los setenta y dos años) queden revelados, y con ello, su experiencia…

Pero la limitación de la libertad va más allá: la conducta sexual, ese aspecto tan personal, íntimo y privado, no sólo se exhibe al escrutinio, riguroso y moralista de muchas personas expertas en las vidas ajenas, sino que, por si no fuera bastante, se muestra de tal manera que el género femenino debe mostrar, al menos, vergüenza por semejante conducta… y de la vergüenza al encono generado media, casi por regla, una frase. En este caso: “era la cortesana…”

Desde luego, si quisiera encontrar una biografía profesional y seria que arrojara luces sobre la vida de Diane de Poitiers y no un artículo tendencioso, mi búsqueda tendría qué abocarse a librerías y bibliotecas, no a un puesto de revistas. No obstante, estas publicaciones son las que están dictando los patrones de lo que las mujeres “debemos ser”, pues no sólo aleccionan sobre qué comer y en qué horarios, qué zapatos usar en invierno y cuáles botar en primavera, sino que también, con la divulgación de éste y otro tipo de artículos, nos dicen lo que la sociedad espera de nosotras y lo que, desde luego, no está dispuesta a aceptar.

Y a nuestra sociedad parece que le cuesta trabajo exigir información imparcial. Por más que pienso, creo que un artículo que hablara sobre las dotes sexuales de Napoleón Bonaparte, ignorando por completo sus dotes militares, difícilmente hubiera visto la luz en esa o cualquier otra publicación. ¿Por qué no pedimos el mismo trato para las mujeres?