Fotografía: WebSite - Wikipedia |
Hace
unas semanas tuve entre mis manos una revista de ‘belleza y moda’ para mujeres,
en donde me encontré con un artículo (que me atrevo a calificar como de
opinión) que se refería a Diane de Poitiers, duquesa de Valentinois y de Étampes,
como “la cortesana más poderosa”.
No
omito mencionar que la autora, lejos de situarse en el contexto de la época, lo
que la hubiera forzado al menos a explicar cómo y por qué era que las mujeres
se convertían en cortesanas de los reyes, colmó a Diane de Poitiers de
adjetivos descalificativos de –casi, todo tipo. Ignoró mencionar, sin embargo,
que a los 15 años fue casada con un hombre 39 años mayor que ella, y que a la
muerte de éste, no sólo adoptó el negro de luto como el principal color de su
vestimenta, sino que, siendo ella la administradora de los bienes familiares,
hizo crecer su fortuna de manera considerable. ¿Esta cualidad no habla acaso de
una mujer inteligente, hábil para los negocios y/o las matemáticas?
Me
sorprendió, al terminar de leer el artículo en cuestión, la ligereza con que se
aborda la vida y obra de una mujer que, si bien marcó la existencia de más de
una decena de personas hace cinco siglos, tampoco es tan diferente, en esencia,
de la vida de muchas otras mujeres de todos los tiempos. O dicho de otra
manera: a pesar de haber vivido y muerto hace cinco siglos, su prestigio no
corre mejor suerte que la que correría la reputación de cualquiera de nosotras,
mujeres del siglo XXI, nos asomemos o no a la esfera pública (esa llena de
cámaras fotográficas en el interior de las habitaciones).
Pasando
por alto la relevancia de un trabajo o función de miles de mujeres en el mundo
(jefas de estado, educadoras, ministras, estrellas de cine, consejeras,
embajadoras y un largo, nutrido e interesante etcétera), ignorando casi por
completo el esfuerzo requerido por todas ellas para concretar sus logros,
nuestros ojos están puestos donde a los medios les interesa que estén puestos:
en su talla, el largo de la falda o lo entallado de la blusa; en las ojeras que
se asoman a media madrugada… en la persona que estuvo junto a ella una tarde de
domingo, la panza que denota un embarazo incipiente o una urgente cita en el gimnasio…
Esas
mujeres (todas, nosotras incluidas), no tienen libertad para que la naturaleza
se manifieste en sus cuerpos: siendo niñas, se les apura para que representen
una edad mayor, y los casos de hipersexualización abundan en todas las lenguas;
llegando a ‘cierta edad’ se impone no sólo ocultar las canas, sino cualquier
arruga que se manifieste por cualquier rincón de su cuerpo, no vaya a ser que
los cuarenta años (o cincuenta y seis, ni hablar de los setenta y dos años) queden revelados, y
con ello, su experiencia…
Pero
la limitación de la libertad va más allá: la conducta sexual, ese aspecto tan
personal, íntimo y privado, no sólo se exhibe al escrutinio, riguroso y
moralista de muchas personas expertas en las vidas ajenas, sino que, por si no
fuera bastante, se muestra de tal manera que el género femenino debe mostrar,
al menos, vergüenza por semejante conducta… y de la vergüenza al encono
generado media, casi por regla, una frase. En este caso: “era la cortesana…”
Desde
luego, si quisiera encontrar una biografía profesional y seria que arrojara
luces sobre la vida de Diane de Poitiers y no un artículo tendencioso, mi
búsqueda tendría qué abocarse a librerías y bibliotecas, no a un puesto de
revistas. No obstante, estas publicaciones son las que están dictando los patrones
de lo que las mujeres “debemos ser”, pues no sólo aleccionan sobre qué comer y
en qué horarios, qué zapatos usar en invierno y cuáles botar en primavera, sino
que también, con la divulgación de éste y otro tipo de artículos, nos dicen lo
que la sociedad espera de nosotras y lo que, desde luego, no está dispuesta a
aceptar.
Y a
nuestra sociedad parece que le cuesta trabajo exigir información imparcial. Por
más que pienso, creo que un artículo que hablara sobre las dotes sexuales de
Napoleón Bonaparte, ignorando por completo sus dotes militares, difícilmente
hubiera visto la luz en esa o cualquier otra publicación. ¿Por qué no pedimos
el mismo trato para las mujeres?