martes, 10 de febrero de 2015

Un lunes sin mes de cualquier año... Primera parte.

Y entonces, ¿para qué escribir? ¿A quién le interesa escuchar un pausado y adolorido latido entre los renglones de mi memoria? ¿Qué objetivo tiene deshojar palabras y engarzar pensamientos? ¿De qué sirve compartir lo que –quizá lo único, tengo para compartir: mis sentimientos…?
Caminar entre los recuerdos puede resultar un ejercicio sanador; liberar de responsabilidades a la memoria y al olvido, liberar de culpas a los sentimientos… Liberarme a mí misma, deshacerme, reinventarme, recomponerme, enmendarme y zurcir los retazos de sonrisas, miradas y alientos. Sí, todo eso sana, alimenta, apapacha, reconforta; pero no sólo camino entre recuerdos propios, pues una y otra vez me sumerjo en vivencias ajenas que me abrazan y me invitan a sentarme entre ellas, que me piden las desvista para desmitificarlas, para humanizarlas, para recordarlas… Pero el proceso también aparta, excluye (porque me excluyo) y abandona (porque me abandono)…
Escucho las voces que alrededor mío expresan más con sus silencios que con sus sonidos, y me sorprendo con la forma en que las palabras hilvanan no sólo ideas sino también puentes silenciosos e invisibles entre los corazones de quienes escupen sus buenas voluntades en cada oración. Pero también escucho otras voces que están flotando en los orificios de las paredes y en las texturas de los objetos que me rodean; son voces que viajan conmigo allá donde me encuentre, y que se asientan junto a mí mientras esto escribo. Son las voces de ellas, y también las de ellos…
Esas voces me han dicho que debería desandar el camino, limitar mis expresiones, aquietar los pensamientos de protesta… Como si fuera posible arrancarme la piel y vestir otra muy distinta, una que nunca me ha cubierto ni expuesto, una que nunca fue cobijada por mis sueños y deseos… No puedo ni quiero ser irresponsablemente temeraria, pero tampoco puedo ser lo suficientemente cobarde como para voltearle la cara a una realidad culposa que golpea no mis sueños, sino los sueños de otras y otros que tienen derecho a soñar, y que se les ha negado la idea de tener derecho a esos sueños… Simplemente, mis manos se niegan a permanecer mudas ante el dolor y la desesperanza|; un dolor que no es ajeno porque lo siento en las venas, una desesperanza que es propia porque acalla mis alegrías…

(Publicado en Mujeres Construyendo el 02 de febrero de 2015).