Los eventos relacionados con la conmemoración 2015
del 25 de noviembre han concluido... Pero la campaña para que nos pintemos de
naranja continúa. Esta iniciativa plurianual (conocida en redes sociales como #OrangeDay o #DíaNaranja) lanzada por el Secretario
General de la ONU en 2008, ha cobrado particular relevancia en los últimos
meses. Al menos eso parece indicar la presencia constante de frases alusivas a
la iniciativa, que van desde el ¡Píntate de naranja! hasta la
completa leyenda: Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres. Y se
pintan de naranja los perfiles de hombres y mujeres en redes sociales. Y se
pinta de naranja la vestimenta del funcionariado público. Y se pintan de
naranja carteles e incluso paredes en planteles educativos, oficinas
gubernamentales, estudios fotográficos y centros deportivos. Todo se pinta de
naranja. Todas vestidas de naranja. Unas y otros a vestirse de naranja. Todo. Menos
el entendimiento y conciencia plena de la iniciativa en cuestión.
Ya lo he dicho antes, y no me cansaré de
repetirlo: no basta presumir de un color naranja, que en muchos contextos
llenos de exhibicionismo y simulación sólo se antoja pálido e insultante, y no nada
más porque tanto anaranjado viene acompañado del desconocimiento de la aberrante
violencia contra mujeres y niñas que acecha allá por donde se asomen, sino porque
también pareciera que el simple uso de este color legitima, en muchos lugares,
las constantes violencias que vivimos las mujeres en los espacios públicos. Porque
cuestionar las orientaciones sexuales de tus colaboradoras es violencia. Porque
hacer comentarios que pretenden ser graciosos, haciendo alusión a la vida
sexual de tus colaboras también es violencia. Porque criticar y juzgar a las
madres trabajadoras porque amamantan o porque no lo hacen, porque tienen más de
un/a hijo/a, porque no han bajado de peso o porque han bajado demasiado, porque
trabajan y no se quedan en casa, o porque decidieron dejar de trabajar para
quedarse en el hogar… también es violencia. Porque simular que realizas
acciones para prevenir la violencia contra mujeres y niñas mientras que como
funcionaria o funcionario público ejerces violencia contra las mujeres que
trabajan en tu entorno y aquellas con las que coincides a propósito de tus funciones,
además de ser un claro ejemplo de violencia institucional, es un evidente
ejemplo de que las campañas, al desconocer su origen y alcance esperado, no
hacen más que convertirse en un discurso barato, trivial y vacío…
No se trata de pintarnos de naranja hoy y mañana
de violeta, para terminar vestidas de blanco o negro, cuando levantamos la
mirada y callamos la voz por el enésimo feminicidio cometido frente a las
indiferentes miradas de autoridades y sociedad: las mujeres debemos, con
urgencia, ocupar más asientos en los espacios públicos, para ahondar en las
conciencias de quienes hoy, voluntaria u obligadamente, se visten de naranja el
día 25 de cada mes mientras atienden la ventanilla o llenan formatos con
nuestros nombres… sin que perciban ni protesten por las violencias que viven en
su entorno de trabajo.
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