martes, 8 de noviembre de 2011

Tanto pensamiento encerrado en una caja de cereal...


“En esa casa fui feliz“. Sentenció, con aquel tono de voz melancólico que resaltaba detrás de una gran sonrisa auténticamente falsa. No respondí a lo que creí era una invitación al diálogo. No tenía ningún caso. Para qué recordarle aquellas noches cubiertas de soledad, donde cada lágrima tomaba de la mano una estrella. Para qué recordarle aquellas discusiones anónimas que se desarrollaron entre un pantalón y su zapato izquierdo, teniendo por único testigo un atribulado armario cubierto de pasado.

“Se vende“. Dijo, sin cambiar ni sonrisa ni tono de voz. “Sí. Todos mis recuerdos hoy están a la venta“.

Por muchas incoherencias envueltas en metáforas que salieran de su boca, yo no había logrado aún acostumbrarme a ellas. Por eso, mi capacidad de asombro no sólo aumentaba día a día: se ponía a prueba en cada plática y conversación. Los monólogos de los cuales yo era testigo eran la prueba máxima… aunque la inevitable consecuencia fueran tres noches de insomnio.

Sin embargo, aquella frase golpeó mi cara como sólo las frases directas logran hacerlo en los oídos. Es indiscutible que el viernes es viernes y no sábado, que el fuego es fuego y no agua… así como indiscutible resultó para mí que sus recuerdos estaban finalmente a la venta.

Por un segundo me imaginé qué valor podría alcanzar el primer beso. Y la pregunta siguiente atropellaba por hacerse presente: ¿por qué tenía tanta importancia el primer beso y no el último? Sí: aquel que se había dado hace unos días en la estación del metro, mientras esperaba que dieran las cinco de la tarde para no ser víctima de una inesperada lluvia mientras se dirigía a la clase de música…

Pero no. Los recuerdos es lo que está la venta, y no el pasado inmediato. Y entonces, otra pregunta me tomó por sorpresa: ¿el pasado inmediato aún no alcanza la categoría de “recuerdo“? ¿Qué tiene qué suceder para que el pasado inmediato se califique como recuerdo? ¿Cierta carga emocional? ¿Acaso el pasado inmediato adolece de ella?

Debo admitir que no fue una sola pregunta la que distrajo mi atención, como es costumbre en estos días; no: una oleada de cuestionamientos habitaron mi espacio, ese que se halla reservado para todos los recuerdos que atesoro en mis sonrisas, aquellos que acuden presurosos a secar mis lágrimas mientras me consuelan en mi tristeza…

Y me quedé con la duda del valor del primer beso… 

2 comentarios:

omondra dijo...

Porque en el primer beso somos pura esperanza y en el último ni siquiera somos recuerdo.

Unknown dijo...

Tienes mucha razón... ojalá todos tuvieran el mismo sabor de esperanza, no crees? Un abrazo!