Hay quien dice que es imposible morir por amor. Y, quizá,
quien así piense tenga razón. Yo digo que, sin embargo, sí hay amores que
matan, literalmente: aniquilan el deseo de vivir, la esperanza en el futuro, y
borran todo rastro de sonrisas. Probablemente habrá quien objete mi argumento,
y como primer respuesta, desde el
terreno de la literatura, cito como ejemplo algunas obras literarias: Romeo y Julieta, Ana Karenina, Crepúsculo
(The Twilight Saga).
Interesante ver que, en distintas épocas y culturas, la
historia parece ser la misma: una mujer cae rendida ante el romántico hechizo
de quien más tarde sabemos es su amor imposible; no obstante, y aún cuando
estar al lado de la persona amada signifique la propia muerte, la protagonista
elige ese fruto prohibido. La imposibilidad de ese amor puede estar
representada bien por una profunda rivalidad de apellidos, por un estado civil,
o por la nada comprensible condición de vampiro. Y todo indica que la
fascinación por ese gran amor nubla toda posibilidad de sensatez: en un punto
de la gloriosa historia, Julieta es consciente de la verdadera identidad de
Romeo, Ana Karenina ignora su matrimonio y Bella, aún sabiendo que Edward es
vampiro, decide entregarle su amor.
La pregunta, es: ¿por qué elegir a quien representa un daño,
incluso si éste es mortal? Y mi pregunta para ti es: ¿alguna vez has elegido un
“amor” así?
Si a mí me plantearan la misma interrogante, mi respuesta
inmediata sería que nunca… Aunque, pensándolo dos veces, mi postura cambiaría
ante tal cuestionamiento.
Es casi imperceptible. Pareciera que es un proceso fugaz, que
sucede en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, en la vida real, nuestras
decisiones, esas que nos llevan a elegir a una persona inadecuada, pueden tomar
días, meses… incluso, años.
Todo puede comenzar, no obstante, como en las novelas que
cité líneas arriba, con un simple intercambio de miradas, y con ella, se inicia
un proceso bioquímico del que se responsabiliza en gran medida al hipotálamo. El
asunto está en que, en medio de este motivador embelesamiento, cedemos… Sí:
cedemos nuestro espacio, nuestra forma de ser y actuar, nuestros anhelos y
objetivos; lo que sea, con tal de mantener a nuestro lado a una persona que,
ciertamente, es inapropiada para nosotras.
Hay quien decide abandonar su carrera para aceptar ser la
dueña y señora de un espacio, donde será la abnegada y sonriente ama de casa y
feliz madre de los hijos de ese amor que, palabras más, palabras menos, le dice
que el mejor lugar para ella es en su casa, junto a él… y de los ‘deberes propios
de su sexo’. O bien, hay quien abandona el mayor de sus sueños: el de ser
madre, pues la sola idea de alejarse de quien más ama (pero que rechaza por
completo el planteamiento de la paternidad) la deja sin aliento. Hay quien
decide quedarse al lado de una pareja con vicios como el alcoholismo y la
drogadicción, compañía asociada con la eterna promesa incumplida de ‘contigo a
mi lado puedo superarlo’. Hay quien deja de practicar su deporte favorito, de
asistir a bailes, o se decide a abandonar a sus amistades, pues su pareja lo
juzga como inadecuado para ella, quizá impropio de una ‘señorita decente’.
En todos estos ejemplos, desde una óptica romántica, bien
podría argumentarse que esa pareja que demanda tantos sacrificios podría ser el
amor de la vida; pero, ¿no serán estos ejemplos de “amores que matan”? Mejor
aún: ¿en realidad se trata de amor?
Porque una cosa muy distinta es realizar un esfuerzo diario,
alimentado de confianza y respeto, para nutrir una relación y así conservar a
quien consideres el amor de tu vida; y otra, es dejar de ser tú misma, con tal
de mantener dicha relación. Dejas de ser tú misma al renunciar a tus sueños, se
trate de ser madre o una profesionista
exitosa, de asistir a un viaje prolongado de estudios o la fiesta por ti más
esperada, pues aniquilas algo que te caracteriza… por relevante o no que pueda
juzgarlo el resto del mundo.
¿Te imaginas a Sor Juana Inés de la Cruz sin desbordar sus
sentimientos y reflexiones en un papel? ¿O a Pablo Picasso sin tener a mano un
lienzo para decorar nuestras realidades? ¿O a Steve Jobs conformándose con ser
uno más en cualquier empresa, rechazando su don para innovar? ¿Visualizas a
cualquiera de estas grandes personalidades de nuestra historia ignorando
aquello de lo que eran capaces… porque se los pidiera el ‘amor de su vida’?
Honestamente, yo tampoco.
Desde luego, no se trata de darnos gusto sólo a nosotras
mismas: se trata de respetar lo que somos, quienes somos y lo que somos capaces
de lograr. La persona que realmente te ame, te aceptará con todas tus
fortalezas y debilidades, y sabrá respetarlas; esa persona se sentirá orgullosa
y feliz de estar a tu lado en tus momentos de mayor gloria, y también en
aquellos donde sientes que todo está inmerso en una completa oscuridad.
Extenderá su mano para apoyarte y acariciarte, jamás para lastimarte ni señalarte;
estará a tu lado en el constante cambio que es la vida, pero no para presionarte
a cambiar nada de ti: ni tu risa, ni tu forma de vestir, ni los lugares o
amistades que frecuentas… porque un verdadero amor es aquel que acepta, no aquél
que intenta aniquilar en forma alguna tu esencia.
Hay situaciones en que resulta muy difícil ver con claridad
lo que realmente se tiene frente a los ojos, y se justifica la violencia
verbal, física, psicológica e incluso sexual de la pareja. La complejidad deriva
de que resulta casi imposible creer que aquel que demostró amor, preocupación y
cuidados, de repente, sea el mismo que golpea, insulta, ignora… violenta.
La mujer víctima de violencia no sólo se encuentra sumergida
en un círculo vicioso que disminuye su autoestima, y la hunde en la desesperación
y humillación más profunda; sino que, además, esa dinámica la confunde, y cree
(o se convence) que aún hay amor: que a pesar de todas las manifestaciones
contrarias, su pareja aún la ama. Y en esta situación se encuentran, según un
informe elaborado por el Instituto Nacional de Geografía e Informática (INEGI)
46 de cada 100 mujeres mexicanas. Elige 10 mujeres que conozcas: de acuerdo a
estas estadísticas, es muy probable que al menos 4 de ellas, sean víctimas de
violencia.
Cuando estamos frente a circunstancias así, y no dentro de
ellas, es muy fácil aconsejar abandonar a la pareja, y decir que ella, la
víctima, se merece algo mucho mejor que esa relación… Sin duda, consejos llenos
de buena voluntad, pero que no son suficientes para llenar de fortaleza y
autoestima tantos huecos. Es indispensable, en estos casos, buscar ayuda
profesional: psicológica, legal y médica. Porque, sin eufemismos, este tipo de
amores, sí son capaces de matar.
Un amor equivocado sí puede matar un sueño, desequilibrar tu
esencia… siempre que tú se lo permitas. Una persona que ejerce violencia contra
la mujer, si no se le detiene a tiempo, puede terminar con su vida.
Alguna vez escuché decir que la vida es un juego repleto de
elecciones, y es muy cierto: tomamos decisiones cada segundo de nuestra
existencia, a veces, sin darnos cuenta siquiera de ello. Conscientes o no de su
efecto, es preciso aprender a elegir.
Conocerse a sí misma, saber de qué somos capaces, reconocer
nuestros defectos y virtudes como una perfecta unidad, ayuda no sólo a
respetarnos, sino a saber qué queremos para nuestra vida: qué tipo de trabajo
nos gustaría realizar, qué lugares deseamos conocer y frecuentar, a qué estamos
dispuestas a arriesgarnos, y qué tipo de persona es la que queremos tener a
nuestro lado.
Al elegir una pareja, no sólo estamos escogiendo alguien a quien
le dedicaremos canciones, desvelos y buena parte de nuestros pensamientos; sino
que también estamos definiendo con quién compartiremos esfuerzos, ilusiones,
dudas, fracasos y éxitos. Cuando tomamos esta decisión, elegimos una persona
que nos acompañará en nuestro camino, y sin importar si la travesía durará un
mes o varios años, lo cierto es que ese camino no podremos andarlo si vamos
incompletas, o si poco a poco nos arrancamos parte de lo que somos: si para
estar con alguien tienes qué abandonar aquello que eres, aquello por lo que
crees y luchas, es tanto como decidirte a escalar el Monte Everest con nada más
que tus manos y el deseo insistente de lograrlo, sin medidas de seguridad
adicionales que te eviten una caída mortal. Porque tus virtudes, fortalezas,
defectos, sueños y entrañables amistades, son los que funcionan como red
salvadora cuando transitas por momentos difíciles, se trate de un temporal
problema financiero o un crítico estado de salud.
La lectura ha sido para mí un refugio, un escape, un viaje
interminable… Pero sé que esas realidades construidas con letras, puntos y
comas, por muchas similitudes que puedan tener con mi vida, son totalmente
ajenas a mi existencia: el autor cuida que su protagonista no sufra heridas
letales; que aunque modifique su esencia, sea feliz con dejar de ser lo que
realmente es. Sin embargo, en la vida real es muy distinto: si yo no cuido de
mí, nadie más lo hará; si no me respeto, nadie se sentirá obligado a hacerlo; y
si no sé elegir, nadie más lo hará por mí, porque nadie más, excepto yo, puede
escribir mi historia.
Aprender significa estar dispuesta a cometer errores, pero
también a superarlos. Se requiere de arrojo y valentía para lo primero, de
reflexión y decisión para lo segundo. Puedes elegir olvidar todo lo que eres y
que te hace valiosa, para ir detrás de un amor junto al que puedes estar sólo
si cambias radicalmente… O bien, puedes elegir respetarte y aceptarte como
eres, reconocer esa belleza única que tus experiencias de vida te han otorgado,
cambiar lo que tú decidas cambiar, sin presiones… y que alguien, digno de toda
esa grandiosidad, llegue a tu lado para compartir, luchar y sonreír; sin
aniquilar nada de lo que eres, feliz de estar junto a alguien como tú.
Porque, así como en las épicas historias de la literatura, no
sólo es posible ser feliz: tienes derecho a ser feliz.
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