Y entonces la vida sucede:
te arranca lágrimas por razones que duelen sin previo aviso, te nubla la vista
y el corazón un suceso que jamás consideraste posible que ocurriera… la
respiración se atora entre un “lo siento” y el posible “jamás volveré a
escuchar su voz”…
Saber que ella y él
llevan, como tú, dolores y abandonos a cuestas no hace más fácil el camino; te
anima –quizá, a seguir caminando, a seguir desviando la mirada de aquello que
tanto duele para poner, en su lugar, una sonrisa fingida o al menos un gesto
auténticamente indescifrable. Porque el dolor no se mide, porque de la soledad
que el dolor causa no se escapa… Al menos no a voluntad sin sacar de ahí una
que otra experiencia.
Y entonces, llega la
calma. Así, inesperada, quieta y callada; te abraza, y en un acogedor silencio,
te dice que todo pasa, que ningún dolor permanece y que tampoco ninguna alegría
arrasa…
Y después, el silencio…
Publicado por primera vez
en Mujeres Construyendo el 09 de febrero de 2015.
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