Crecí en un ambiente lleno de
todo tipo de manifestaciones de amor, y si bien en mi vida, antes de hoy, hubo
episodios de dolores y depresiones, jamás viví en carne propia el sufrimiento
–creo, indescriptible, de quien padece violencia a manos de quien ama.
Pero ello no significa que la
realidad no golpee mi puerta: las distintas manifestaciones de violencia que
sufrimos las mujeres son tan variadas e incluso tan sutiles, que es imposible
(casi) no sufrirla.
Ejemplos sobran, y me atrevo a
aventurar que cada mujer en este país tiene en su haber, al menos, una
experiencia desagradable, producto de los diversos tipos de violencia que
podemos padecer: basta atreverse a recorrer una avenida donde transiten hombres
y mujeres para ser víctimas del lamentable e inevitable acoso sexual callejero…
todas, sin excepción.
La violencia de género mantiene
una relación de proporcionalidad con la desigualdad de género: entre mayor
resulta ser la desigualdad, los factores que propician la violencia aumentan y
se fortalecen. Y eso sucede aquí, y en el mundo entero: las dificultades que
enfrentan las mujeres de la República de Gambia, son tristemente semejantes a
aquellas con las que lidian las mujeres en Honduras y Ciudad Juárez; la
desigualdad evidente que prevalece en algunos puntos de la República de Burundi,
no dista mucho de la que viven, día a día, nuestras mujeres en Chiapas… y las
afinidades se multiplican, cada una con su distinción particular, pero con
muchos puntos comunes.
¿Hasta cuándo viviremos y
soportaremos, hombres y mujeres, tanta desigualdad? Quizá hasta que nos demos
cuenta que en nuestras manos está la solución para cambiar el escenario:
uniendo las manos, y no enfrentándolas, es como podremos construir un mundo
diferente…
(Texto inédito de "Desde la esquina". Todos los derechos reservados).
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