sábado, 6 de febrero de 2016

Reflexiones...

Crecí en un ambiente lleno de todo tipo de manifestaciones de amor, y si bien en mi vida, antes de hoy, hubo episodios de dolores y depresiones, jamás viví en carne propia el sufrimiento –creo, indescriptible, de quien padece violencia a manos de quien ama.

Pero ello no significa que la realidad no golpee mi puerta: las distintas manifestaciones de violencia que sufrimos las mujeres son tan variadas e incluso tan sutiles, que es imposible (casi) no sufrirla.

Ejemplos sobran, y me atrevo a aventurar que cada mujer en este país tiene en su haber, al menos, una experiencia desagradable, producto de los diversos tipos de violencia que podemos padecer: basta atreverse a recorrer una avenida donde transiten hombres y mujeres para ser víctimas del lamentable e inevitable acoso sexual callejero… todas, sin excepción.

La violencia de género mantiene una relación de proporcionalidad con la desigualdad de género: entre mayor resulta ser la desigualdad, los factores que propician la violencia aumentan y se fortalecen. Y eso sucede aquí, y en el mundo entero: las dificultades que enfrentan las mujeres de la República de Gambia, son tristemente semejantes a aquellas con las que lidian las mujeres en Honduras y Ciudad Juárez; la desigualdad evidente que prevalece en algunos puntos de la República de Burundi, no dista mucho de la que viven, día a día, nuestras mujeres en Chiapas… y las afinidades se multiplican, cada una con su distinción particular, pero con muchos puntos comunes.

¿Hasta cuándo viviremos y soportaremos, hombres y mujeres, tanta desigualdad? Quizá hasta que nos demos cuenta que en nuestras manos está la solución para cambiar el escenario: uniendo las manos, y no enfrentándolas, es como podremos construir un mundo diferente…

(Texto inédito de "Desde la esquina". Todos los derechos reservados). 


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