lunes, 27 de agosto de 2012

Un susurro en la 54


“Me gustaría haber olvidado mi nombre, mi historia… olvidar que tengo una familia, amistades y gente querida y conocida que seguramente espera mi regreso… Sí, quisiera olvidar todo eso, para que doliera menos esta angustia que rápidamente invade todo mi cuerpo. 

Todos mis pensamientos han sido confusos desde que me subieron a la fuerza a esta camioneta. No nos dijeron a dónde nos llevan, pero esta ruta la conozco: es la Carretera Federal 54.

Hoy era un día como cualquier otro. En la mañana, mientras preparaba la ropa que Sandra, mi hija de siete años, usaría para la fiesta a la que fue invitada, me llamaron: ‘¿Puedes cubrir una guardia?’. Sin dudarlo un segundo, acepté: cualquier ingreso extra ayuda, y se agradece. Mi hija lo entiende: está orgullosa de que su madre, doctora, ayude a aliviar el dolor de la gente enferma, nada le gusta más que platicar que su madre salve vidas... Al salir de casa, con su carita sonriente, me dijo: ‘Te esperaré despierta mami, no te tardes’.

Llegué al hospital, revisé bitácoras: todo estaba en orden, así que rápidamente me incorporé a la rutina de un sábado por la tarde. De repente, gritos, ruido de sillas que caen y puertas que se abren violentamente; la señora que estaba relatándome a detalle cómo una fuerte punzada le recorría la espalda cada vez que tosía, contuvo la respiración, y mirándome fijamente, me preguntó qué era lo que sucedía. Más gritos, voces de hombre dando órdenes, preguntando dónde estaban los doctores. Antes de que pudiera reaccionar, entró Lupita, una de las enfermeras, y entre las palabras atropelladas por el terror que invadía su rostro, alcancé a entenderle ‘¡…armados…!’. Mi peor temor se presentaba como una indiscutible realidad…
Fotografía: Leticia del Rocío Hernández, Tepoztlán, 2011

Ya había escuchado rumores de gente armada que ‘levanta’ a médicos y enfermeras, que les llevan sabrá Dios a dónde, puede ser a Zacatecas, algún lugar de Nuevo León, o allá por la Comarca, para atender a sus heridos…y no se sabe que vuelvan. Y menos que las autoridades hagan algo al respecto…

‘¿Usted es doctora?’, me cuestionó un hombre, quien se plantó ante mí con un arma larga como única carta de presentación. ‘¡Venga, muévase o no la cuenta!’. Entre empujones, insultos y amenazas, otras cuatro personas y yo fuimos arrancadas de nuestro trabajo, y seguramente, de nuestras vidas. No sé de dónde sacaron instrumental e insumos médicos, pero al subir a una de las camionetas, me ordenaron atender a un hombre que tenía muchas heridas de bala en todo el cuerpo. 

Y aquí estoy, haciendo lo que sé hacer, haciéndole honor al Juramento Hipocrático, colocando gasas, evitando que se desangre una persona que no sé cómo se llama, de quien desconozco si tiene alguna enfermedad, alergia o diagnóstico de alto riesgo… De quien desconozco cuántas vidas ha quitado, o si acaso ha salvado alguna. Y de quien, me han dicho, depende también mi vida: ‘Si se salva, sigues viva…’

Tengo la triste certeza de que, aún este hombre salga bien librado de su actual situación, no veré otra vez la infantil cara de mi hija; seguramente mi madre irá a preguntar por mí, y comenzará un calvario interminable, ése que viven y sobreviven quienes desconocen el paradero de hijos e hijas. Quizá le aconsejen que, por su bien y el de Sandra, mejor no indague, que no busque más; tal vez alguien le extienda una mano, y agregue una foto mía a la desoladora pasarela de tantas personas desaparecidas… Sé que no apareceré en las noticias, en los pasillos de los hospitales me convertiré un rumor, como aquellos que escuché tantas veces…

Soy Laura, médico general con especialidad en Medicina Intensiva… y sólo pido una oportunidad más para abrazar nuevamente a mi hija…”

Éste puede ser uno de los muchos rostros que se guardan, por seguridad de la familia, en un cruel anonimato; gente que no aparece reportada en cifras oficiales, y muchas ocasiones tampoco es contabilizada en los números que aumentan, día a día, en los archivos de organizaciones civiles. Vidas truncadas que existieron, y que aunque no se nombren, sobreviven en nuestro recuerdo.

Y quiero pensar que, a lo lejos, se escucha una voz, todas las voces, que susurran lentamente: “…aquí estoy, aún no he muerto...”.

Publicado por primera vez en gurupolitico.com el 19 de febrero de 2012.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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